Entre los años de 1980 y 1991, la República de El Salvador,en América Central, estuvo sumida en una guerra que hundió a la sociedad salvadoreña en la violencia y le dejó millares y millares de muertos con firmas delicuenciales de espanto; hasta el 16 de enero de 1992, en que las voluntades reconciliadas firmaron la paz en el castillo de Chapultepec, en México, e hicieron brillar de nuevo la luz para pasar de la locura a la esperanza.
La violencia fue una llamarada que avanzó por los campos de El salvador; invadió las aldeas; copó los caminos; destruyó carreteras y puentes; arrasó las fuentes de energía y las redes trasmisoras llegó a las ciudades; penetró en las familias, en los recintos sagrados y en los centros educativos; golpeó a la justicia y a la administración pública la llenó de víctimas; señaló como enemigo a quienquiera que no aparecía en la lista de amigos.
Así comienza el Informe de la Comisión de la Verdad designada por Naciones Unidas, y formanada por Belisario Betancur, colombiano; Reinaldo Figueredo, venezolano; y Thomas Buergenthal, estadounidense. Tres personalidades apoyadas por decenas de asesores y colaboradores de diversos países, todos ellos juristas y militantes de los derechos humanos.
