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Bien podrá decirnos la lectura de El destino de Sinan que el instinto y los deseos de superación son más fuertes que todas las adversidades juntas. Aquel niño Sinan, huérfano de padre, primero, y luego de madre, a una temprana edad, se aferró al recuerdo vivo de su progenitora; de ella había heredado tan solo una intachable honradez, la rectitud de espíritu, la bondad natural que tiene la humildad y el sacrificio, como herramientas con las que tendría que sobrevivir, pero Sinan las convirtió en poderosas virtudes que le abrirían las puertas no solo en su preparación académica, el emprendimiento y el amor, sino en la clave para dirimir sus encrucijadas. Su sacrificio lo inició al lado de su tío paterno, con quien terminó siendo un esclavizado en breve tiempo; enseguida lo alcanzó el sabor amargo de vivir bajo el techo de una familia adinerada; pero fue justamente allí donde tuvo la posibilidad de demostrar su grandeza de corazón, sus buenas costumbres, su inclinación por los estudios, la capacitación profesional y, sobre todo, la honradez y la rectitud de espíritu en un intercambio corto pero feliz con su mejor amigo y hermano, Abú, quien también dejaría un enorme vacío en su vida al partir de este mundo. Fue en honor a su madre, a su amigo y a sus padres adoptivos, que consagró sus virtudes para allanar el camino del éxito y el amor, junto con su joven compañera, Flora; no sin antes haber derrotado mil tropiezos e infortunios, irradiando bondad y enalteciendo sus valores ancestrales
