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La obra literaria se ha ido transformando poco a poco en un objeto obsoleto, con un contenido predecible y un lenguaje dócil, manejable; en un academicismo de la trivialidad. Para captar a un público cada vez más disperso, las industrias culturales imponen sus formatos. Lo que ahora se conoce como «ficción» integra la novela, el cuento, la película, las series... En la cadena de producción de «contenidos», el libro solo es un elemento más.
Hace años que los saturados estantes de las librerías están ocupados por novelas destinadas al éxito: firmadas por nombres conocidos o envueltas con la faja de algún premio literario. Estos títulos que tanto espacio ocupan no son solo un síntoma de la sobreproducción editorial. Su marcado aire de familia evidencia la uniformización en
curso. La práctica de la escritura está cada vez más codificada, responde a una lógica de marketing, es intercambiable. ¿De dónde procede esta estandarización y esta uniformización? ¿Es culpa del público lector? ¿De la supuesta «democratización de la literatura»? ¿De las políticas editoriales?
Hiperconcentración editorial, mayor proletarización de los implicados en el libro, depreciación simbólica del escritor, formato comercial del estilo literario, influencia de las redes sociales en la crítica: todos estos fenómenos, analizados aquí, participan de la disolución de la idea misma de escritura en «la temporalidad del producto cultural».