Librería Traficantes de sueños
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De todo el ciclo institucional iniciado en 2015 por las denominadas "fuerzas del cambio", las candidaturas municipalistas han constituido su polo más innovador: espacios políticos anómalos, capaces de aglutinar viejas formaciones de izquierda, nuevas plataformas políticas y diversos activistas vinculados a la lucha por los derechos sociales. En gran medida, se trataba de una apuesta que priorizaba la construcción en clave de "unidad popular" o "movimiento" antes que de forma partidaria. Dependiendo de las localidades, su agentes y capacidad de organización, las declinaciones del municipalismo fueron más o menos virtuosas, más o menos débiles: en algunos lugares se conquistaron ayuntamientos, se iniciaron remunicipalizaciones o se afrontaron problemas urgentes -como la vivienda y la auditoría de la deuda-, en otros se llegó a la oposición o se generaron gobiernos en los que la política acabo devorada por la gestión. O peor: se terminó por actuar contra el propio programa electoral.
A pesar de su heterogeneidad, pues cada territorio responde problemáticas singulares, la apuesta municipalista no ha dejado de toparse con los mismos límites una y otra vez. Sin embargo, muchos de ellos habían sido anticipados colectivamente: la debilidad de la escala de gobierno municipal, el problema de la institucionalización, las dificultades para organizar un espacio con intereses plurales, la falta de energía para agregar y generar movimiento o contrapoder, etc. Hoy día aquello que eran meras hipótesis son realidades materiales. A la escasez militante de las candidaturas hay que sumar el carrerismo político de algunas personalidades, el conflicto de intereses entre partidos y la fragilidad de estos espacios para confrontar con las oligarquías del territorio. No obstante, el ciclo no está cerrado, pero cualquier reedición de la apuesta debería dejar de mirar a otro lado y plantear soluciones a estos problemas.
Frente a la parálisis, movimiento; frente al aislamiento localista y los déficits institucionales, federación; frente a la ausencia de estrategia, el cortoplacismo y la falta de militancia, organización. Estas podrían ser algunas respuestas meramente orientativas ¿Pero cómo construir espacios de movimiento vinculados al municipalismo? ¿Cómo asentar proyectos políticos que desborden los cauces de la gestión? ¿Qué formas de organización habría que desarrollar para un municipalismo cuyo fin es el autogobierno? Y, por otro lado ¿Existe capacidad para plantear apuestas municipalistas autónomas en las elecciones de 2019? ¿Cómo impulsarlas en un panorama tan fragmentado y con tantos intereses cruzados? Lo cierto es que asistimos al ocaso de un ciclo en el que se decidirá el futuro del municipalismo.