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Muhammad Ali es el boxeador más grande de todos los
tiempos, pero también la fotografía del mundo contemporáneo y de sus ambivalencias. Por un lado, el púgil es icono de la sociedad de mercado y de su luminosa publicidad; por otro, es símbolo de los movimientos contestatarios de las décadas de los sesenta y setenta: anima el impulso del movimiento contra la guerra de Vietnam y la segregación de los negros.
Ali lleva la palabra dentro del boxeo, deporte del puño silencioso o del lenguaje de los puños, actividad en la cual, hasta aquel momento, hablar era "cosa de débiles". Al contrario, el boxeador de Louisville hace de la elocuencia un arma formidable: sus insultos, sus poesías agresivas y las predicciones sobre quién ganará el combate hacen aflorar sobre el cuadrilátero el equivalente de un sofista negro. Muhammad Ali anticipa así el mundo actual, en el que el trabajo está ligado a la explotación de la capacidad humana de hablar. Y el boxeador se convierte en el precursor no solo del boxeo espectáculo de Mike Tyson, sino también de la "economía de la palabra" de
Amazon y de cualquier call center.