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Después de buscarla por todo el pueblo, Miguel encontró a su cabra subida en lo alto de un tejado. ?¿Se creerá que es una veleta? ¿O una chimenea? ¿O tal vez un gato??, se preguntaba Miguel. Y con la ayuda de unas flores, un libro de cuentos y un puñado de sal (la sal le gusta a las cabras más que a los niños los helados), la cabra boba volvió a su lugar.
Nos cuenta el autor, recordando su infancia, que en las casas del pueblo había dos o tres cabras. Por las mañanas, cuando los niños iban al colegio se llevaban las cabras y las dejaban con el cabrero en la plaza. El cabrero se iba al monte y los niños a la escuela.
Al final del día los niños recogían sus cabras, aunque alguna regresaba sola al corral. Así la cabra volvía con la tripa llena, dispuesta para dar leche, y los niños con la cabeza llena de lo que habían aprendido en la escuela.
La cabra boba -o lista, según se mire- de este cuento nace del conocimiento y la observación del mundo rural; constituye una fórmula indirecta para observar y comprender la cara fantástica de la realidad.
La cabra de Miguel ya no está con el cabrero. Quizás se haya ido al corral... Miguel la busca por todas partes, hasta encontrarla en un lugar inesperado. La aventura termina con un guiño cómico e inesperado que aporta la ilustración.
Utilizando recursos esenciales de la narración oral (onomatopeyas, diálogos, repeticiones...), Pep Bruno crea una historia ideal para contar a los más pequeños antes de ir a dormir. Un cuento con el texto imprescindible, apoyado por el poder narrativo de la secuencia visual.
Roger Olmos presenta imágenes con perspectivas muy eficaces para guiar la acción y asimilar conceptos espaciales que marcan el ritmo de la narración. Los dibujos, dinámicos y caricaturescos, destilan detalles cómicos e información estimulante para la imaginación, que convierten La cabra boba en un libro que conecta igualmente con lectores de otras edades.
Texto de Pep Bruno
Ilustraciones de Roger Olmos