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Desde su salida de la India medio milenio antes que Colón llegase a tierras americanas, los gitanos recorrieron Asia y Europa hasta alcanzar los territorios hispanos en el primer cuarto del siglo XV. El
mundo conocido acabó para ellos en Andalucía, hasta que el descubrimiento de América les abrió la oportunidad de continuar su expansión, aunque sometidos a las exigencias de las políticas coloniales de las potencias europeas.
Un viaje de mil años, condicionado por un proceso civilizatorio de políticas migratorias basadas en la represión y la exclusión. En general, la historia de los gitanos en las Américas ha sido poco tratada. Y cuando se ha hecho, lo ha sido de forma fragmentaria e inconexa. Este es el caso del colonialismo penal que las potencias europeas de la Edad Moderna, como España, Portugal, Inglaterra y Francia, ejercieron sobre su población gitana.
Cada una de ellas, en distintas épocas, apostaron por un colonialismo penal en función de diferentes objetivos: aumentar la población de las colonias, deshacerse de elementos considerados indeseables y obtener un utilitarismo penal de las condenas. Unos objetivos de los que la corona española se apartó pronto, al prohibir el paso a las Indias, a aquellos individuos que se consideraban asociales, como fue el caso de los gitanos. Las demás potencias coloniales, sin embargo, mantuvieron su política penitenciaria y transformaron sus posesiones americanas en una gran prisión.