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Las palabras, las expresiones que repiten un día tras otro nuestros políticos, nuestros «creadores opinión», esconden un significado ideológico, una voluntad social que pocas veces se confiesa. Eric Hazan desentraña aquí ese lenguaje oculto y cotidiano.
Cada día acechan cientos de mensajes en una lengua nueva. Nadie la habla en la calle ni la utiliza al charlar con los amigos. Y pese a todo, consigue colarse en los carteles del metro, insinuarse en la radio, exhibirse en los periódicos. Eric Hazan la ha bautizado LQR, Lingua Quintae Respublicae, por su adaptación en la Quinta República francesa de nuestros días, pero la LQR trasciende con mucho aquellas fronteras: es la lengua preferida por los políticos, economistas y publicistas occidentales; la lengua del Nuevo Orden; la lengua que emana de Bruselas y de los «laboratorios de ideas» liberales.
Con ella han llegado los «excluidos» por la «modernidad», las rimas de «islamismo» y «terrorismo», la «gobernanza» de la «mundialización», la «sociedad civil» con su «diversidad» y sus «valores democráticos», la exaltación del «ciudadano», aunque sea de «orígenes modestos»...
Puede que la LQR sea el vehículo de la propaganda actual, pero a diferencia de otras propagandas del pasado, nadie la controla desde organismos de seguridad, sino que evoluciona bajo una especie de darwinismo semántico. Con ella se intenta dar un barniz de respetabilidadad al racismo ordinario, asegurar la apatía, predicar el multi-todo-lo-que-quieras siempre que el orden liberal no se vea amenazado. Es un arma posmoderna, muy bien adaptada a estas condiciones «democráticas» en las que ya no es cuestión de ganar la guerra civil sino de escamotear el conflicto, de volverlo invisible e inaudible. Y como un prestidigitador que terminara su número desapareciendo bajo su propio sombrero, la LQR consigue extenderse sin que nadie, o prácticamente nadie, parezca darse cuenta de sus avances -sin tan siquiera hablar de denunciarlos-. Lo que aquí sigue es una tentativa de identificar y descifrar esta nueva versión de la banalidad del mal.