Para envío
Ni mártires, ni santos, ni religiosos torturados ni enajenados, y menos aún unos tránsfugas de lo que convenimos en llamar realidad. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz fueron las mentes más liberadas y liberadoras de la segunda mitad del siglo xvi español; jipis hasta el último aliento sin necesidad de nada más que no fuera el saber espiritual judeocristiano, que conocían muy bien y del que sacaron toda la fuerza para la resistencia y el cambio reformador. Dos espirituales críticos, inconformistas, capaces de soportar miedos, amenazas y torturas para impulsar y consolidar una reforma: la de nuestra capacidad de retiro a la región invisible del espíritu, nuestro talento esencialmente humano, maltrecho en nuestros días por la hiperconectividad y el patológico afán personal de robarle protagonismo al bien común. Con lucidez y sabiduría, burlaron dogmas y vigilancias, resistieron la banalidad del mal, la traición, la envidia y promovieron una revolución dentro de una orden religiosa en la que ingresaron por amor a la búsqueda de aquello que somos irreductiblemente.
Que la experiencia mística aguarda a toda consciencia hambrienta de unidad dan buena cuenta sus escritos, sin excepción. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz escribieron para dejar testimonio del mapa del alma, de la común experiencia que nos está reservada.


