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Entre finales del siglo XVI y principios del XVII, la república holandesa decidió sacar ventaja de ciertas desconfianzas que existían entre españoles y portugueses (súbditos de un mismo rey entre 1580 y 1640) para así apoderarse de una parte importante de los territorios que ambos pueblos tenían en el Índico y el Pacífico gracias al apoyo del papa de Roma. Es cierto que durante estos años nunca llegó a implantarse en Asia una colaboración en materia política entre España y Portugal que asemejara las colonias lusas a las hispanas. Pero también es verdad que fueron las tropas castellanas bajo el mando directo de los virreyes de América y los gobernadores de Filipinas las que en muchas ocasiones hubieron de hacerse cargo de la defensa de los intereses portugueses. Un Oriente Ibérico quiere responder a estas cuestiones, ocupándose del espacio que ocupaban Filipinas y las Molucas en la política de la monarquía hispánica. La obra reivindica el papel que ejercieron ambas poblaciones como trampolín para establecer contactos más o menos regulares con extremo oriente, la India, China, Japón y América del sur en el c