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En la personalidad intelectual de Oscar del Barco convergen el místico y el anarquista, el poeta desgarrado por su visión trágica del mundo y el psiconauta entusiasta, el "maestro zen" que pregona el silencio, la debilidad y la mansedumbre, y el pensador díscolo, en ocasiones polémico, que escribe y actúa en consonancia con su forma de pensar.
Oscar del Barco entiende el pensar filosófico, ante todo, como una práctica ejecutada a través del ejercicio laborioso de la lectura y la escritura: una experiencia donde el movimiento vivo del pensar se expone sobre un lienzo en el que se despliegan conceptos, ideas y citas.
La desbordante pluma delbarquiana pone en funcionamiento una escritura caudalosa, a-sistemática, tramada con un estilo fragmentario que hace del collage de textos su principio hermenéutico y compositivo. Más que de un "método teórico", se trata de una búsqueda vital-intelectual consagrada a cuestionar el dispositivo del "autor" como propietario unívoco del sentido.
A día de hoy, prosigue su tenaz faena intelectual y artística admitiendo que "esencialmente se trata de considerar a la filosofía como una necesidad espiritual y físisca".