Asad Haider es autor de Identidades mal entendidas (Traficantes de sueños, 2020), uno de los libros más importantes de los últimos años para leer las dinámicas del conflicto racial en los Estados Unidos desde una perspectiva anticapitalista. En su trabajo, Haider dirige la mirada hacia las potencialidades y los límites de la categoría de «identidad» en el marco de la acción política contemporánea. Rescatando la potencia socialista y antirracista de la noción de «opresiones entrelazadas», acuñada por el colectivo Combahee River en 1977, critica duramente la apropiación liberal que ha hecho de la identidad un gesto de reivindicación individualista.
Desde Jacobin América Latina conversamos con él acerca de cómo se manifiesta, en la coyuntura actual, la historia reciente de las luchas y de la opresión en Estados Unidos, para revisar desde su perspectiva crítica el camino que tiene por delante la izquierda anticapitalista. Nos adentramos en la intensa coyuntura estadounidense con un ojo puesto en las limitaciones que las fuerzas neutralizadoras y despolitizadoras le imponen a la clase trabajadora multirracial y el otro en la potencialidad abierta por la actual ola de protestas contra el racismo.
Aún en un escenario que no alienta el optimismo, la mirada aguda de Asad Haider nos muestra la complejidad de la crisis actual y el desafío que conlleva una vida «en la política revolucionaria».
En Identidades mal entendidas, argumentas que las luchas por la liberación negra son un componente fundamental de la lucha anticapitalista en Estados Unidos. En el marco de una tradición de lucha tan amplia, que abarca desde el antiesclavismo hasta Black Lives Matter, pasando por la emergencia de una élite negra, ¿dónde situarías los levantamientos que siguieron al asesinato de George Floyd? ¿Cuáles son las continuidades y las rupturas que pueden observarse en este recorrido?
El desarrollo de las categorías raciales en los Estados Unidos está estrechamente vinculado al desarrollo del capitalismo norteamericano. No es posible comprender cómo emergió el capitalismo estadounidense sin entender el rol que jugó la esclavitud en las plantaciones y la diferenciación del trabajo forzado, en el marco del cual se produjeron las categorías raciales que luego se reprodujeron y transformaron con las migraciones de las masas obreras durante los siglos sucesivos. A lo largo de la historia, los movimientos negros abordaron este tema de formas diferentes y, en general, las contribuciones más significativas a la lucha anticapitalista –y también a la teoría marxista– fueron obra de las militantes y los militantes negros.
Por supuesto, también debe considerarse la emergencia de una élite negra, en diferentes etapas de la historia de EE. UU. El periodo más reciente, que ha tenido consecuencias que se manifiestan en las luchas actuales, vino después de las victorias legislativas del Movimiento por los derechos civiles, que hizo posible que las políticas y los políticos negros lleguen a ocupar cargos en el gobierno, algo impensable luego de la reconstrucción. Esta élite negra fue capaz de utilizar el principio de la solidaridad racial para justificar un programa político que no representaba a la gran mayoría de la gente negra. En la coyuntura de los años setenta, muchas de estas autoridades políticas negras impusieron la austeridad en las ciudades y la justificaron apelando al lenguaje de la identidad racial. He definido este escenario, en el cual estas personas se separaron de los movimientos de masas que exigían una transformación de toda la estructura social, como «neutralización».
Pienso que en los levantamientos recientes hemos visto tanto un intento de resistir a esta neutralización, con mucha gente adoptando medidas de acción autónomas a nivel de las bases, como también nuevas formas de neutralización que provienen de la apropiación corporativa y liberal de Black Lives Matter.
Se ha puesto mucha atención en la militancia de estos conflictos, tanto para celebrarla como para criminalizarla. ¿Piensas que este levantamiento podría marcar el comienzo de un nuevo período para la militancia de los movimientos sociales, particularmente la que es impulsada por la generación de activistas de Black Lives Matter?
Pienso que hubo una militancia muy significativa e importante en el origen de estas protestas, pero también hubo fuerzas que implementaron políticas de contención, y la dirección futura de los levantamientos no está clara. Es posible que surjan capas de militantes nutridas de estas experiencias, que nuevas personas se comprometan con la actividad política y que se formen nuevas organizaciones. Este sería el mejor resultado. Pero también es posible que la apertura se clausure rápidamente y que prevalezcan las fuerzas de neutralización. Pienso que todavía es demasiado pronto para anticipar lo que sucederá.
Un rasgo interesante de estas marchas y protestas ha sido su composición multirracial. ¿Qué rol crees que juegan las alianzas multirraciales en este levantamiento? ¿Cómo se comparan con las formas en que se han construido las alianzas en el pasado y cuál es su potencial en la actualidad?
Noté que en muchos escenarios, especialmente en las acciones más militantes, que se desarrollan por la noche, se conformaron frentes únicos en contra de la policía. Estas multitudes siguen siendo mayoritariamente negras, y no es verdad que la destrucción de algunas propiedades y los saqueos sean perpetrados por «agentes provocadores externos» al movimiento. Sin embargo, en estos escenarios no observé que se critique o que se intente dar instrucciones a la gente blanca –o «no negra»– acerca de cómo debería comportarse en función de su identidad. Por el contrario, observé que esto sí se hizo durante las marchas que se desarrollaron a la luz del día, que fueron «legales» y «pacíficas». Así que hay tendencias distintas que se generan alrededor de la identidad, incluso al interior del movimiento. Desde mi punto de vista, es imposible que un movimiento contra el racismo sea exitoso sin que exista un frente único multirracial.
¿Podrías desarrollar el concepto de «neutralización»? ¿Qué formas ha adoptado en el pasado reciente?
La tesis principal de mi libro es que los movimientos históricos de masas contra el racismo fueron movimientos por la emancipación universal. No creo que las luchas históricas puedan dividirse según categorías separadas de «clase» y de «identidad». El principio de una revuelta esclava es que nadie debería sufrir la esclavitud; el principio del movimiento por los derechos civiles y de las luchas anticoloniales del siglo XX propuso, de manera similar, la emancipación del género humano. Los movimientos emancipatorios son necesariamente movimientos de masas, en el sentido de que afirman la capacidad de actuar del conjunto de las personas implicadas en lugar de transferir esta capacidad a una dirección definida.
Por supuesto, siempre hay liderazgos; pero también existe lo que Ella Baker describió como «liderazgo centrado en los grupos». No obstante, suele suceder que se desarrollan liderazgos con objetivos e intereses distintos a los de sus bases populares. Cuando estos liderazgos se separan de las bases populares y entran en las instituciones políticas de la sociedad existente, la contradicción entre las masas y el liderazgo se convierte en un antagonismo. Esta es la historia que investigo y que da lugar a una concepción del antirracismo que gira en torno a la diversificación de quienes dominan la sociedad, abandonando al movimiento de masas que tiene como objetivo derrocar esta dominación. Es un proceso histórico específico de neutralización, al que le doy un significado más amplio. Está estrechamente vinculado con la categoría de despolitización, sobre la que he escrito antes. La neutralización sucede cuando se suprime el contenido emancipatorio de los movimientos de masas y, por consecuencia, estos son despolitizados. Cuando hablo de despolitización, tengo en mente una perspectiva global más amplia, de escala histórica, pero en síntesis esto implica que la política real –no la mera administración del mundo existente, que se identifica con nuestras instituciones políticas, sino una política que cuestiona el orden existente– ha sido negada, y se nos presentan solo modificaciones del mundo tal como existe.
¿En qué casos piensas que se dan estas posibilidades para un frente único multirracial? ¿Qué fenómenos políticos y económicos pueden precipitarlo? ¿Qué fuerzas sociales u organizaciones podrían constituir la base para este tipo de frente único? ¿Y cuáles son los desafíos que debe afrontar para convertirse en una realidad?
El frente único multirracial puede darse espontáneamente en el marco de los acontecimientos políticos, cuando las divisiones existentes y las identidades se vuelven irrelevantes al comprometerse colectivamente en la acción. La idea es que cualquiera puede actuar, cualquiera puede enfrentarse a la policía, a sus patrones, y esta capacidad genérica para actuar es la fuerza del movimiento. Sin embargo, este frente único espontáneo no puede sostenerse en el tiempo con esa misma espontaneidad. El frente único debe ser posteriormente construido de manera tal que haga avanzar la unidad del frente único espontáneo, aunque en realidad se trata de un proceso completamente original de construcción organizativa. Puede construirse con organizaciones existentes, pero estas deben dejarse transformar por los acontecimientos.
También puede haber nuevas organizaciones que surjan en el proceso, que deberán encontrar una forma de establecer la continuidad y la persistencia luego de que los estallidos se desvanezcan. Todo el mundo deberá construir formas organizativas desde el principio, planteando la pregunta de qué prácticas y qué estrategias responden adecuadamente a la especificidad de la situación. Ahora bien, no he hablado acerca de la cuestión de las alianzas interraciales específicamente, porque creo que al plantear el tema de esta forma corremos el riesgo de cosificar las categorías raciales. Los procesos organizativos de los que hablo deben ser enfatizados, porque si en cambio planteamos la cuestión en un nivel abstracto, discursivo e interpersonal, terminaremos dirigiendo el problema hacia la discusión en vez de dirigirlo hacia la construcción. Es importante discutir, pero los debates deberían estar subordinados a la construcción organizativa, que le da a la discusión una base material y práctica.
En la discusión pura, muchas contradicciones se presentarán como antagonismos. Las redes sociales son un medio –muy destructivo– de discusión pura, dado que generan permanentemente antagonismos contraproducentes. Al comenzar por los procesos organizativos prácticos, creo que podemos enfatizar el carácter no antagonista de muchas contradicciones, que luego pueden ser tramitadas a través de la deliberación cooperativa.
¿Qué piensas de la posible vicepresidenta de Joe Biden, Kamala Harris, en el contexto de la crisis que vivimos? Siendo una figura que moviliza el discurso identitario racial para defender el status quo liberal, ¿es un esfuerzo para «neutralizar» la potencial de radicalización que encarna el movimiento?
Creo que en este momento hay muchos factores complejos en la política electoral norteamericana porque, en muchos sentidos, la situación no tiene precedentes: todavía no hemos procesado la victoria de Trump en 2016, frente a la cual fracasaron estrepitosamente las predicciones de los medios y de la academia. Así que una elección con Trump como alternativa es un territorio desconocido. Además, las condiciones de la pandemia están interfiriendo con el proceso normal de las elecciones. Y finalmente, la rebelión de Sanders, a pesar de que fue derrotado y ahora esté capitulando ante el establishment, ha forzado a que este último busque formas de suprimir cualquier expresión de iniciativas que apunten hacia un cambio político genuino.
Tanto en 2016 como ahora, los grupos dominantes han utilizado la política de identidad para socavar a Sanders, alegando falsamente que quienes lo apoyaban eran todos hombres blancos y que sus programas no beneficiarían –o que incluso dañarían– a los grupos oprimidos. Este año fue mucho más difícil sostener este tipo de discurso, porque el apoyo a Sanders creció notablemente, en especial entre las personas inmigrantes. Biden anunció que elegiría a una mujer para vicepresidenta con el claro objetivo de desestabilizar a Sanders, dado que gran parte de la oposición se concentraba en compararlo con Elizabeth Warren. Warren adoptó muchos elementos progresistas en su plataforma, pero en última instancia no era en absoluto comparable a Sanders, porque no representaba el legado de la izquierda socialista y su campaña no se basó en la idea de desatar la fuerza de los movimientos sociales para producir una transformación que vaya más allá de las maniobras parlamentarias. Warren participó del ataque que los grupos dominantes dirigieron contra Sanders, acusándolo falsamente de sexista.
Biden percibió claramente que había allí un punto de vulnerabilidad. Pero luego tuvo que cumplir con esa reivindicación identitaria y elegir a alguien en particular, y su decisión es fascinante en muchos sentidos. No está claro que Harris vaya a aportar a Biden muchos más votos, y hay analistas que piensan que la elección de las candidaturas a la vicepresidencia no tienen tanta influencia en las decisiones de las bases electorales. Pero lo que ella representa es muy importante, porque se trata de una mujer negra (al menos así es como la reconoce la sociedad estadounidense, a pesar de que también es asiática). Así que, a nivel de la identidad, Biden parece estar abriendo el juego a las mujeres negras.
Sin embargo, al mismo tiempo ella ha sido una arquitecta activa y entusiasta del Estado carcelario. Su archivo muestra que es una persona de «mano dura» con el crimen, dispuesta a incrementar las políticas de vigilancia y a mandar a más personas a prisión. Así que representa, por un lado, la apropiación que los grupos dominantes hicieron de Black Lives Matter mientras que, por otro lado, representa justamente las políticas a las cuales se enfrenta el movimiento. Será interesante observar cómo logran lidiar con esta contradicción la intelligentsia y los grupos del poder político.
A pesar de que, como dices, la rebelión de Sanders fue derrotada en la arena electoral, tanto la campaña de 2016 como la actual reflejan la emergencia de una nueva generación socialista en Estados Unidos. Mirándolo desde América Latina, parece algo muy interesante, dado que tendemos a pensar que allí el socialismo es algo imposible, como si fuese contradictorio con la misma esencia de la nación. ¿Cuál crees que es el futuro de este nuevo socialismo en Estados Unidos? ¿Puede sobrevivir a la derrota electoral y a la amenaza de la neutralización política si Biden gana las elecciones en noviembre?
La emergencia de una nueva generación socialista en Estados Unidos, como dices, es algo muy importante. Puedo imaginar que desde América Latina parezca que está sucediendo algo imposible. Seguramente también pueda percibirse cierto atraso en estos temas. Nuestra historia en el socialismo y en el marxismo es muy limitada, tanto teórica como políticamente. No tenemos una historia cultural socialista rica sobre la cual apoyarnos, en parte debido a la represión estatal y a la ideología, y en parte debido a factores históricos contingentes que han llevado a que especialistas en historia y sociología llenen bibliotecas enteras intentando explicarlos. Esto nos deja en una posición relativamente débil, porque las nuevas camadas de militantes deberán atravesar enormes procesos de aprendizaje de forma muy veloz.
Existe un gran riesgo de neutralización desde arriba, pero también de desorganización desde abajo, faccionalismo y falta de visión estratégica. Estas cosas tardan mucho tiempo en desarrollarse. Sin embargo, no tenemos tanto tiempo para desplegar el tipo de acción política que se necesita para la supervivencia de la humanidad, así que es urgente que la izquierda estadounidense adopte un espíritu de experimentación y creatividad para enfrentar este desafío.
Por último, ¿cómo piensas que la izquierda estadounidense puede combinar su impulso hacia una «revolución política» con el espíritu semi insurreccional que empezó a recorrer el país durante los últimos meses?
El lenguaje de la «revolución política» es un significante vacío, que parece haber sido por un tiempo una gran ventaja. Representaba tanto a la campaña de Sanders como al proyecto más amplio de movilización política que iba más allá de los límites estrictos de la política electoral. La pregunta ahora es si también puede asociarse a lo que has definido como «espíritu semi insurreccional», en el marco de lo que podríamos describir como una cadena de equivalencias. Casi siempre la política se da de esta forma, a pesar de que no estoy seguro de que sea suficiente. Tenemos que comprometernos en este tipo de vínculos discursivos e institucionales, pero también debemos prestar atención a la emergencia de los acontecimientos que cambian las coordenadas políticas existentes. Esto sucederá de nuevo, y tendremos que repensar qué implica la práctica política y cómo llevar todavía más lejos lo que alcanzamos hasta ahora. Así es la vida en la política revolucionaria: trabajar pacientemente, mantener la atención sobre los acontecimientos y permitir que estos nos transformen en el mismo movimiento en el cual intentamos transformar el mundo.
Traducción: Valentín Huarte
Sobre el entrevistador
Pablo Abufom: Traductor y magíster en filosofía por la Universidad de Chile. Editor de Posiciones, Revista de Debate Estratégico, miembro fundador del Centro Social y Librería Proyección y parte del colectivo editorial de Jacobin América Latina