Profesor de Antropología Cultural en la Universidad de Nápoles, el investigador Miguel Mellino ha dedicado gran parte de su trayectoria a trasladar el pensamiento decolonial y poscolonial al ámbito italiano, traduciendo y editando a autores como Fanon o Césaire. Es desde este prisma decolonial que analiza la cuestión del racismo y su penetración en las políticas migratorias europeas. En su libro Gobernar la crisis de los refugiados (Traficantes de Sueños, 2021) el autor describe cómo neoliberalismo y soberanismo interactúan en Europa sobre un consenso racista y colonial que, según el autor, modula toda la política migratoria, desde sus dispositivos securitarios a sus mecanismos de acogida. Mellino invita a la izquierda a descolonizar su antirracismo y recuerda, revisitando a los autores del marxismo negro, que la lucha contra el capitalismo y la lucha antirracista no son disociables.
En tu libro cuestionas el binarismo que se nos propone entre una Europa civilizada y progresista respetuosa de los derechos humanos, y una amenaza de extrema derecha contraria a los valores europeos.
En los debates públicos, y sobre todo desde las posiciones más europeístas, se sitúa al llamado soberanismo —o a las derechas que tienen que ver con lo que en los últimos años se ha denominado Alt right, la derecha alternativa— como un peligro externo, un peligro reaccionario, un peligro racista que no tiene nada que ver con la política europea o con las reglas políticas como se han establecido en los últimos 20 o 25 años.
Creo que esta es una visión ideológica, en términos marxistas, en el sentido que es falsa. En realidad, si uno observa bien estos movimientos de derecha que podemos llamar neofascista, no son algo externo a la Unión Europea. Primero, tienen mucho que ver con la historia de la Unión Europea, están muy enraizados en la historia de la modernidad occidental. Segundo, como planteo en el libro, estos movimientos habría que verlos como una especie de némesis de todos los excesos y desequilibrios resultantes del proceso de neoliberización en el continente europeo desde Maastricht. Es como una especie de Doctor Jekyll y Mister Hyde. Vos tenés la UE, que es el Doctor Jekyll y todos estos movimientos reaccionarios son Mister Hyde: son dos caras de una misma moneda.
Es importante ver esto para romper este orden binario que hay, sobre todo en el sector de las alternativas políticas: o la Unión Europea, identificada con el progresismo, o estos fantasmas. Claramente son fantasmas, son peligros. El problema es que la Unión Europea no está libre de todas estas cosas y, de todos modos, ha engendrado el monstruo de este tipo de derecha soberanista o neoautoritaria, neoreaccionaria.
Así, tenemos estas dos cosas, por un lado estas derechas son un efecto indirecto del proceso de neoliberalización, del nivel de desigualdades que se ha creado en el continente. Y, por otro lado, estos movimientos, sobre todo en la apelación al racismo como un nuevo pacto de soberanía, están muy enraizados en la colonialidad del proyecto europeo. Y la tercera cuestión, que también plantea el libro, es que habría que hacer una distinción entre cómo nació este tipo de derecha reaccionaria en Estados Unidos, y cómo se está dando en Europa.
¿Se han tomado caminos diferentes?
Sí, hay una diferencia fundamental, mientras en Estados Unidos asoma realmente un proyecto muy peligroso, pero alternativo al proyecto del neoliberalismo progresista —más allá de las continuidades que hubo, los cuatro años de Trump mostraron este tipo de alternativa con un intento de ruptura con la economía global mundial, de volver a un sistema proteccionista— creo que en Europa la esencia de estos movimientos no tiene mucho que ver con una salida proteccionista del neoliberalismo. La esencia de estos movimientos en Europa es fundamentalmente el racismo, que proponen como nuevo pacto de ciudadanía a una parte de la población, a la que interpelan sobre todo con políticas, con discursos anti migratorios.
Así, estas derechas, piden una devolución de la soberanía nacional, pero no para romper con el sistema neoliberal europeo, por las mismas estructuras que tiene la economía europea, que no consiente una ruptura de este tipo. Te pongo un ejemplo muy obvio: los considerados países del eje de Visegrado, Hungría, República Checa, Eslovaquia… más allá del discurso antieuropeo que tienen, en realidad viven muchos de los fondos estructurales de la Unión Europea, y además están muy conectados con el sistema productivo alemán, sirven como reserva de fuerza de trabajo barata, como área de deslocalización de empresas, como sector de inversiones, etcétera.
Junto al replanteamiento de este binarismo, hablas de la necesidad de salir de este eterno presente y hacer genealogía. ¿Por qué es urgente esta perspectiva histórica?
La genealogía es necesaria porque necesitamos nuevas herramientas para descifrar qué es el racismo hoy en Europa. El debate sobre el racismo en Europa ha sido, entre comillas, un poco estéril, está un poco atrasado respecto al debate en Estados Unidos o en Inglaterra. En Europa continental es como que no hay una conciencia muy clara sobre a qué le llamamos racismo, recién ahora se están empezando a escuchar en la esfera pública conceptos como racismo estructural, racismo institucional, racialización, el mismo concepto de raza, etcétera.
Son conceptos que hacen visibles toda una serie de fenómenos de los cuales no se hablaba no hace tanto en Europa, porque hay una asociación inconsciente que identifica el racismo como una especie de problema cultural, de representación, como si fuera simplemente un problema ligado a la discriminación, a la inferiorización de ciertos grupos. Y en realidad no es solo eso. El racismo es un fenómeno material, no es solo un fenómeno cultural, es algo que está dentro mismo de la estructura material de la Unión Europea.
Las políticas migratorias de la Unión Europea han sido desde el principio claramente racistas. Desde una óptica de izquierda, tenemos que entender que el racismo es algo productivo, no es algo irracional, no es algo improductivo. La gestión racista de los territorios, un poco como propone Foucault, es una herramienta para extraer valor de la sociedad, no es algo que está ahí por casualidad, es un sistema de gobierno, un dispositivo orientado a la extracción de valor del conjunto social.
¿Por qué es importante hacer la genealogía?, porque no podemos entender la constitución material racista de la Unión Europea sin el pasado colonial del proyecto moderno europeo. Hay una gestión de la inmigración que tiene que ver con el pasado colonial. Hay una colonialidad de las políticas migratorias mismas.
En el libro abordas la necesidad de descolonizar el antirracismo, hace tiempo que un sujeto político emergente racializado, como podemos ver en el estado español, o en Italia, o desde hace más tiempo en Francia, cuestiona a la izquierda su mirada respecto al racismo.
Las izquierdas tradicionales —estamos hablando de Europa, pero en realidad se puede también ampliar el discurso a las izquierdas latinoamericanas— están acostumbradas a subestimar el problema del racismo, considerarlo como un efecto de algo que no tiene que ver con el racismo, un problema de segundo orden. Y sobre todo, la mayor parte han propuesto históricamente una comprensión del racismo, que en realidad es bastante pobre, porque no ven que el racismo es algo que está en todos lados, está radicado en los espacios que recorremos cotidianamente y también en nuestras relaciones.
El racismo, entendido como un dispositivo estructural, distribuye jerarquías de acceso según las diferencias en toda la sociedad. Excluyendo a partes de la sociedad e incluyendo a otras en base a esas diferencias, pero también vinculándolas entre sí. Si voy a un restaurante aquí en Italia, a no ser que sea un restaurante semi universitario o un restaurante “étnico”, no veré a los migrantes muy a menudo, solo veo italianos blancos. Los migrantes estarán en los lugares donde se les espera, en la cocina, en los almacenes, en el sector de la limpieza, tal vez como camareros, etc. Esta situación en Italia es particularmente alarmante en comparación con quizás otras situaciones europeas, porque aquí hay casi una condición de apartheid en muchas cosas.
La izquierda está muy acostumbrada a hablar del racismo como un problema relacionado con la explotación laboral, y en parte lo es, pero ve mucho menos el racismo como un sistema de opresión que atraviesa la sociedad, que recorre todos los hilos de la trama social. Jerarquías consagradas que son, sobre todo, una distribución desigual de privilegios y derechos. La izquierda europea haría bien, cuando habla de racismo, en volver la mirada un poco más a la tradición del pensamiento negroamericano, a la tradición del pensamiento afroamericano, afrocaribeño, africano, e incluso, en cierto modo, latinoamericano. Como la izquierda blanca y el marxismo blanco están acostumbrados a ver el racismo de una manera que siempre tiende a subestimarlo como fenómeno, acaba por dejarlo en un segundo plano.
En algún momento del libro se plantea que el racismo también se manifiesta como un odio al goce del otro, un rencor hacia el presunto disfrute del otro, algo que se pone en evidencia fácilmente cuando a las políticas de la escasez se le suma el señalamiento de las personas migrantes como beneficiarias ilegítimas de derechos sociales.
Sí, el racismo también es odio al disfrute del otro, porque el racismo, tiene de alguna manera una fuerte raíz en el resentimiento, en la frustración, en lo que Spinoza llamó pasiones tristes, sentir envidia hacia un otro, a partir de la idea de que me esté quitando una parte de mi disfrute.
Son ideas que, en mi opinión, proponen una concepción o política antirracista que es un poco más refinada y un poco más elaborada respecto a las que ya estamos acostumbrados, y que han producido cierta fatiga incluso en la esfera pública. También por esta razón, la izquierda de alguna manera falla en su posición antirracista porque no es capaz de entender el racismo desde las lógicas profundas de la sociedad, desde los comportamientos cotidianos. Muy a menudo la izquierda tiende a ver el racismo siempre como algo que está fuera de sí misma, pero no es así. Siguiendo con las razones para descolonizar el antirracismo, está este cierto paternalismo que la mayoría de los movimientos de izquierda tienen hacia los migrantes, hacia el tema de la migración. Tienes que cuestionarte porque si no, incluso cuando estás promoviendo cierto discurso antirracista, regresa la colonialidad del discurso blanco.
Esa colonialidad, defiendes en el libro, también se encuentra en el discurso y las políticas humanitarias.
Sí, en el libro quiero destacar que el dispositivo de gobernanza migratoria de la Unión Europea tiene dos lados intrínsecamente conectados, una vez más, las dos caras de la moneda. Primero la más securitarista, es decir, la militarización de territorios y fronteras, la externalización, el racismo institucional, la violencia contra los migrantes que las fuerzas de seguridad despliegan diariamente. Pero la segunda cara está representada por su opuesto, al que llamo el dispositivo humanitario, que, como lo orquestó la Unión Europea y cómo se aplica, especialmente en los países de frontera, es parte de todas esas formas depredadoras que el capitalismo neoliberal ha puesto en juego en los últimos 20 o 30 años, como parte de un mecanismo de acumulación.
Todo el circuito de recepción, todo el circuito de la llamada integración humanitaria de los migrantes en la sociedad europea, es un circuito dirigido a producir valor en el propio migrante, e insertarlo en un circuito secundario, fructífero y nada autónomo. Todo el sistema humanitario de la Unión Europea va contra la autonomía de los migrantes, contra el deseo de subjetivación para vivir una vida autónoma, pues los hace dependientes de la necesidad de un trabajo, del permiso de residencia, del permiso de asilo.
¿De qué manera se aplica esto en lo concreto?
En Italia esto se ve mucho: todo el circuito de recepción, que es gestionado en su mayoría por entidades de izquierda, no hace más que continuar por este lado el sistema de gobierno de las migraciones, esta inserción subordinada que forma parte de un dispositivo racista más grande, racista hasta la médula. Y es que el circuito de acogida es la última de una serie de etapas que comienzan en los campos de refugiados fuera de la Unión Europea, que luego pasan por los hot spots, después los centros de acogida, y terminan en los llamados circuitos de políticas activas de inserción de ese 1 por ciento de las personas migrantes que logran pasar todos estos filtros.
Luego en las estadísticas se ve que, de nuevo en Italia, el 90 por ciento de la población migrante trabaja y vive bajo una alta tasa de explotación. Esta es una de las formas de ver cómo un tipo de racismo estructural también opera en la sociedad, y está muy vinculado a las políticas migratorias, a las políticas de acogida. Por lo general tienden a verse a sí mismos como cosas diferentes, pero todo está arreglado para que el poquito de integración —que es una palabra que no me gusta— que pueda haber opere dentro dentro de esta lógica.
Esto que comentas me hace pensar en la migración circular, en cómo se defiende como legal y casi humanitario permitir que a través de los contratos en origen personas extranjeras devengan solo mano de obra temporal en un territorio, sin derecho a establecerse.
Digamos que es una política cien por cien racista que entra en una concepción totalmente colonial del extranjero, y eso también dentro de los sistemas de gestión de la migración. Tiene una larga historia en Europa, sería el llamado “sistema de trabajadores invitados”, que empezó en los países del Norte de Europa, especialmente en Alemania, pero también en Bélgica, Suecia y los Países Bajos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
Sobre todo Alemania fue un campo de experimentación con estas políticas de trabajadores invitados, pues en ese momento necesitaba una mano de obra buena y barata para reactivar toda la economía después de la derrota del nazismo, de la destrucción de la economía del país prácticamente. Esto en gran parte se hizo recurriendo a la mano de obra migrante de Italia, Grecia, Turquía, Marruecos, los países del Este, Portugal, España... Según esta política, estos trabajadores habrían llegado a Alemania donde habrían trabajado legalmente y luego regresarían a casa. Es evidente que este proyecto fracasó. Fue la misma lucha antirracista y la misma lucha de los trabajadores migrantes en Alemania lo que hizo que este proyecto fracasara.
Volviendo a las políticas migratorias europeas: hablas de los disensos entre el discurso de los países del este europeo y el de las instituciones comunitarias, y cómo, sin embargo, sus postulados han sido absorbidos por las políticas migratorias europeas, como hemos podido ver con el Pacto de Migración y Asilo.
Si bien tendemos a ver un contraste entre las políticas migratorias de la Unión Europea y la demanda racista y securitarista que proviene de estos movimientos de la derecha soberanista como algo diferente, en realidad no hay una gran contradicción en estas cosas. La Unión Europea eventualmente asimilará muchas de las demanda de estos movimientos. El libro fue escrito antes de la pandemia, pero creo que también es válido durante y después. En un momento de profundo estancamiento y crisis económica, desde la perspectiva del gobierno de la Unión Europea, esta forma de gestionar la inmigración se considera, en cierto modo, positiva. Acelerar la militarización, la dronización de las fronteras, el despliegue de nuevos campos de refugiados, sin duda beneficia a las políticas que la Unión Europea promueve económicamente.
Esto también lo vemos en Italia, tuvimos el conflicto con el gobierno giallo-verde de Salvini y el Movimento Cinque Stelle, que era un movimiento crítico hacia la Unión Europea. Pero el choque estaba muy claro que no se trataba tanto del tema de la migración, como lo interpretó una parte de la izquierda, sino que tenía más que ver con cuestiones fiscales, de ampliación del presupuesto, una mayor autonomía para algunas cuestiones económicas. En cuanto a las políticas migratorias, en realidad, no hubo este gran desacuerdo.
De hecho, todas las reglas que Salvini había establecido para evitar los rescates humanitarios en el Mediterráneo fueron promovidas y aceptadas por la propia Unión Europea. Hoy en día es muy difícil salvar vidas en el Mediterráneo porque los barcos humanitarios y las ONG humanitarias han sido criminalizados, están siendo perseguidos, y esto también forma parte de las disposiciones europeas.
En Italia, el siguiente gobierno, que era de centro-izquierda, y ahora el de Draghi, han continuado este camino. Lo que ha cambiado un poco es el discurso: Mientras que la derecha hace que el discurso agresivo y racista hacia el migrante sea un instrumento de consenso político, los izquierdistas, o en cualquier caso, los movimientos o partidos más liberales, democráticos o incluso más de centro-izquierda, mantienen un discurso de integración, de solidaridad con el migrante. Sin embargo, por otro lado alimentan, apoyan y promueven este tipo de políticas. Así, desde cierto punto de vista, son aún más peligrosos.
Citas a David Harvey con su Breve historia del neoliberalismo, recuerdo que en esta obra en particular, este autor concluye que la gobernanza neoliberal y su pulsión acumulativa avanza hacia manifestaciones incompatibles con la democracia. ¿Es el apartheid racial, una forma de preservar una cierta ficción de democracia para una parte blanca de la sociedad a costa de la exclusión de los grupos racializados?
Si tuviera que elegir un ejemplo de marxismo blanco que no entiende muy bien el papel del racismo dentro del neoliberalismo, dentro del capitalismo histórico, Harvey es definitivamente uno de ellos. Aunque sus estudios han sido importantes para otros temas, como la cuestión urbana, y su propia historia del neoliberalismo presenta aspectos muy interesantes, en lo relativo a la comprensión de la raza y el racismo, acaba mostrando la misma mirada blanca y eurocéntrica.
La izquierda y el marxismo histórico tienen este problema, ven el racismo como una mentira, como una mistificación, como un engaño político, pero en realidad no es así. El racismo —y esta análisis viene de toda la tradición del pensamiento radical afroamericano y afrocaribeño, y también de la mayoría de los marxistas negros— está dentro de la misma ontología productiva del capitalismo, siempre ha sido así desde el principio. No se puede tener un capitalismo que no sea racista. Si por algún milagro todas las poblaciones blancas desaparecieran de la tierra hoy, el capitalismo seguiría siendo racista.
Hay un autor muy importante del pensamiento afroamericano llamado Cedric Robinson que escribió Marxismo negro, un texto hermoso en el que explica que el capitalismo racial siempre ha existido: un dispositivo de acumulación que se basa en la jerarquización racial de la población y la ciudadanía. Esto se inscribe en su propia lógica de acumulación y producción de valor. Fanon también lo dijo, no se puede ser antirracista y no ser antisistema. Esto es también lo que dijo Malcolm X a la militancia negra. Sobre todo el último año de su vida está orientado al hecho de que una política antirracista no puede dejar de ser anticapitalista.
Aquí también retomas la obra de Asad Haider que critica las políticas identitarias cuando pierden contenido anticapitalista en su libro Identidades mal entendidas, en el que también propone una revisión antirracista del universalismo.
Descolonizar el antirracismo también significa eso, entender que el racismo está en la cultura y no fuera de la cultura. La izquierda se ha apoyado un poco en este discurso un tanto bondadoso, desde una moral civilizadora: así el racismo es malo y la cultura es buena. Pero este no es el caso, el racismo está dentro de la cultura, el racismo está dentro del conocimiento. El racismo también nos atraviesa como una interpelación subjetiva, no está simplemente en los partidos reaccionarios, en el políticas migratorias de la Unión Europea, es algo mucho más complejo y está dentro también de algunos dispositivos teóricos que se presentan como emancipadores. El universalismo que niega la constitución racial de las sociedades es en realidad la otra cara del privilegio blanco, una naturalización de la supremacía y privilegio blancas que no ve la racialización como un dispositivo de gobierno, de segregación, de explotación.
Me parece interesante en tu libro cómo pones en diálogo la biopolítica de Foucault y la necropolítica de Mbembe. Me gustaría poder aterrizar este análisis a un discurso comprensible para quienes no están familiarizados con estos marcos.
Se habla mucho de inclusión y exclusión, especialmente el capitalismo neoliberal de los últimos 40 años ha producido desigualdades sociales que a veces se interpretan como la coexistencia de una esfera de inclusión, con otra esfera cada vez mayor de excluidos, de personas que están fuera de los espacios de bienestar de la sociedad. Ahora, por lo general, todos los debates tienden a ver estos dos espacios como si estuvieran separados y no tuvieran ninguna relación, como si los excluidos simplemente se hubieran desenganchado.
Lo que abordo en el libro parte de cómo Mbembe plantea la pregunta a partir de la cual Foucault presenta la relación entre biopolítica y tánatopolítica, en este caso, biopolítica y necropolítica. La forma en la que pensamos que lo incluído y excluído se articulan bajo este enfoque es, como dice Foucault, partiendo de la premisa de que el racismo significa esto: “Tu muerte, mi vida”.
En este sentido, la biopolítica se entiende como una política gubernamental dirigida a fortalecer una parte de la sociedad en un sentido productivo, y la necropolítica como el reverso de esto: ese dispositivo dirigido a la segregación, la marginación, la exclusión, la subordinación, es en cierto modo un espejo. “Tu muerte, mi vida” significa que la producción de muerte social para una parte de la población, la exclusión, está en la base, digamos, del bienestar de la otra parte. Es de hecho la base para que esa otra parte incluida pueda ser productiva. En este sentido, también, el racismo es un dispositivo productivo.
Y todo este diagnóstico, estas ideas que hemos venido abordando en nuestra conversación, ¿cómo nos pueden ayudar? ¿a dónde nos llevan?
Una de las cosas que nos enseñó el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos es cómo el antirracismo funciona como un vehículo para la agregación de diferentes cuestiones sociales, de recomposición política, es decir, cómo puede funcionar como una herramienta para agregar diferentes grupos explotados de una manera diferente. Desde este punto de vista, durante un tiempo, BLM fue el eje de recomposición de un sujeto político alternativo.
El movimiento se dirigió hacia una concepción muy compleja, muy refinada, de antirracismo, en el que este significaba muchas cosas: una mayor distribución de la riqueza, eliminar el racismo estructural, producir un tipo diferente de sociedad, una forma de vivir en el mundo diferente, una nueva relación también con la naturaleza, que asimismo se encuentra dentro de la idea de descolonizar nuestro modo de vida. Digamos que el antirracismo puede ser importante para articular un movimiento desde la heterogeneidad, unir a tantos sectores diferentes.
Porque ojo, hay una cosa que añadir, no se puede llevar a cabo una política antirracista pensando solo en los grupos racializados o marginados, de alguna manera debe construirse en común con los grupos y sectores sociales más explotados de la población autóctona, también con los blancos. Este es un elemento muy importante porque de lo contrario te arriesga