Corrientes cambiantes

Los anuncios de la muerte del neoliberalismo han sido legión desde 2008. Sin embargo, los estudios críticos sobre el tema han demostrado una notable vitalidad a la hora de revisar los análisis forjados durante el ascenso vigoroso del neoliberalismo para incorporar su momento actual en el que se encuentra más asediado. El filósofo Pierre Dardot y el sociólogo Christian Laval son conocidos sobre todo por inspirarse en las muy debatidas conferencias de Foucault de finales de la década de 1970 sobre la gubernamentalidad y la biopolítica para elaborar una historia crítica, izquierdista y sin complejos, de la razón neoliberal. En este nuevo libro, escrito en coautoría con dos académicos más jóvenes, Haud Guéguen y Pierre Sauvêtre, Dardot y Laval han respondido a la suerte cambiante del gobierno neoliberal revisando su historia, considerada ahora como una historia en la que la coerción triunfa en última instancia sobre el consentimiento, y la producción de sujetos dóciles –el centro de La nouvelle raison du monde (2009) [La nueva razón del mundo, 2013], su obra más conocida– no es más que un momento de una estrategia global de «guerra civil».

Dardot y Laval iniciaron su fecunda colaboración a mediados de la década de 2000 con un libro, Sauver Marx? (2007), coescrito con el economista El-Mouhoub Mouhoud, en el que se criticaba Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri. Situaron su empresa (y el seminario de investigación del que surgió) bajo los auspicios de lo que denominaron «la cuestión Marx» (la question Marx), a saber, el cuestionamiento exhaustivo de la noción de que el capital engendra sus propios sepultureros y de que su fin es inmanente, si no necesariamente inminente. Reclamaban una bifurcación estratégica, para liberar al anticapitalismo de su filosofía de la historia, es decir, del marxismo.

Adolescentes en la época de mayo de 1968, Dardot (nacido en 1952) y Laval (nacido en 1953), se conocieron como militantes de la trotskista Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR) en la Universidad de Nanterre. Laval, que empezó estudiando literatura antes de pasarse a la economía y las ciencias sociales, formaba parte del consejo de Scription Rouge, una revista afiliada a la LCR, que intentaba fusionar el marxismo revolucionario con los avances teóricos del psicoanálisis lacaniano y la deconstrucción derrideana. En 1977, tras haber conocido a Foucault en una reunión de la izquierda antiestalinista con disidentes del bloque del Este, Laval fue uno de los redactores responsables de las páginas culturales del periódico de la LCR Rouge, que entrevistó al autor de la Historia de la sexualidad (la dirección de la LCR optó por guardar la entrevista en un cajón, de modo que no se publicó hasta 2011).

Dardot estaba vinculado a un grupo que practicaba el entrismo en la LCR desde la más ortodoxa Organización Comunista Internacional (la OCI, cuyos miembros eran conocidos como lambertistas en honor a su líder histórico Pierre Boussel, nom de guerre «Lambert»), que contaba entre sus cuadros con el historiador Pierre Broué, así como con Lionel Jospin y Jean-Luc Mélenchon. A finales de la década de 1970, Dardot abandonó la LCR para unirse a la OCI, donde trabajó con el historiador Benjamin Stora, especializado en la historia argelina, como organizador del movimiento estudiantil, una de las principales áreas de influencia de la OCI. En 1986 Dardot, Stora y Jean-Christophe Cambadélis (más tarde secretario del Parti Socialiste) reunieron a cuatrocientos militantes de la OCI en la agrupación Convergence(s) Socialiste(s), que pretendía entrar en el PS con el objetivo último (e improbable) de transformarlo en el partido obrero de toda la izquierda. Dardot bautizaría esta estrategia como «Congreso de Tours a la inversa», en referencia a la histórica escisión del PCF del SFIO en 1921. Fue el principal teórico de la efímera experiencia de Convergence(s), como autor de textos contra el determinismo económico del lambertismo y en favor de un nuevo énfasis en la democracia y la igualdad (algunos de ellos se publicarían en un libro bajo la firma de Cambadélis, acuñando un capital cultural para este último que se invirtió rápidamente en una carrera política). Dardot también redactó una Charte pour l'égalité des droits publicada por el grupo en Le Monde. A pesar de su papel clave en este éxodo desde el trotskismo ortodoxo hacia el PS, en realidad no se uniría a los socialistas.

Los años de militancia de Dardot y Laval explican su entrada relativamente tardía en la vida académica. Dardot obtuvo su agrégation en filosofía en 1980 y terminó una tesis sobre el principio de la ciencia en Hegel y Marx en 1988 con el filósofo Jacques Bidet, cofundador de la revista Actuel Marx. Laval, investigador del sindicato de enseñanza Fédération Syndicale Unitaire (FSU) y miembro del grupo altermundialista ATTAC, es doctor en sociología y terminó una tesis en 2000 supervisada por el fundador de la Revue de MAUSS Alain Caillé, sobre utilitarismo y teoría social clásica. Se interesó especialmente por la teoría del lenguaje y las ficciones de Bentham (temas en los que se introdujo a través de Lacan) y realizó ediciones críticas de los escritos del filósofo utilitarista sobre el panóptico y la homosexualidad. Laval también ha escrito una historia heterodoxa de la teoría social (L'ambition sociologique, 2002), una genealogía del neoliberalismo centrada en la figura del homo oeconomicus (L'homme économique, 2007) y, más recientemente, un examen paralelo de las anatomías críticas de la racionalidad neoliberal forjadas por Foucault y Bourdieu (Foucault, Bourdieu et la question néoliberale, 2018). También es autor de varios estudios de sociología crítica de la educación, centrados en las mutaciones neoliberales impuestas a la escolarización en Francia, que él vivió en primera persona como profesor de secundaria y activista sindical.

Dardot y Laval dieron continuidad a su primera colaboración, Sauver Marx?, con su libro más convincente e influyente, La nouvelle raison du monde, una reconstrucción histórica del neoliberalismo en tanto que estrategia intelectual y práctica social que dio cuerpo a muchas de las líneas de investigación esbozadas por Foucault en sus cursos de finales de la década de 1970 en el Collège de France. En 2012 publicaron Marx, prénom: Karl, un tomo que pretendía abordar frontalmente a la cuestión Marx recorriendo toda la obra del pensador alemán a lo largo de la línea de falla estructurante que corre entre una lógica (de la necesidad) del desarrollo capitalista y una dinámica (contingente) de conflicto de clase. El libro pretendía ser también una crítica del concepto marxiano de comunismo –recientemente resucitado en los círculos filosóficos–, entendido como una superación ilusoria de los marcos contradictorios que animan el pensamiento marxiano. Dos años después de la publicación de Marx, prénom: Karl, Dardot y Laval pusieron la vista en otro leitmotiv del debate teórico contemporáneo en la izquierda, los comunes. Publicado en 2014, Commun: Essai sur la révolution au XXIe siècle [Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI, 2015] entrelaza la crítica de Hardt y Negri, el tema de Marx contra Marx y la propuesta de un Proudhon revalorizado (Negri bromeó diciendo que el libro debería haberse llamado Proudhon, prénom: Pierre-Joseph). Hay fuertes resonancias con los escritos de Cornelius Castoriadis, cuya propia trayectoria teórica y política desde el trotskismo al anticomunismo anticipó aspectos importantes de la de Dardot y Laval. En 2020 ambos se dedicaron a la tarea de pensar más allá del dominium, en una vasta historia crítica de la filosofía política de la soberanía: Dominer. Enquête sur la souveraineté de l'État en Occident [Dominar. Estudio sobre la soberanía del Estado en occidente, 2021].

Una genealogía foucaultiana de la razón neoliberal, una destotalización de Marx, una visión de lo común como terreno de la praxis revolucionaria del siglo XXI y una crítica de la soberanía como eje del Estado occidental: este cuarteto de proyectos interrelacionados, de más de dos mil quinientas páginas, da fe de las ambiciones de Dardot y Laval. Como toda empresa de este tipo, lleva aparejada una considerable carga polémica no solo contra las elites del poder, sino también contra la supuesta esclerosis ideológica de una izquierda, que sigue aferrada a las panaceas estatistas y centralistas, un tema retomado en su ensayo antileninista sobre el centenario de la revolución rusa en el que defienden «febrero contra octubre» sobre bases mencheviques-anarquizantes, L'ombre d'Octobre. La Révolution russe et le spectre des soviets (2017) [La sombra de octubre (1917-2017), 2017].

Por su tono y alcance, su último libro, Le choix de la guerre civile, parece pertenecer a la modalidad menor de Dardot y Laval, la de la intervención polémica. Aunque no supone ningún avance teórico sustancial respecto a sus anteriores estudios sobre el neoliberalismo, evita sus críticas, a veces exageradas y unidimensionales, del «economicismo» marxista. De nuevo recurre a su punto de referencia teórico clave, Foucault, pero en una línea algo diferente a la de trabajos anteriores. Le choix de la guerre civile no pone en primer plano la producción neoliberal de normas y subjetividades, sino que se centra en el conflicto y la estrategia como apuestas de nuestro momento político.

Dardot, Laval y sus coautores pintan ahora el neoliberalismo como una forma de guerra política y económica, afirmando que lo que se ha percibido ampliamente como la emergencia gradual de una nueva racionalidad gubernamental, una producción capilar de sujetos económicos o una transformación de las estructuras de la vida económica, debe entenderse ante todo como una especie de guerra civil, una lucha de clases frecuentemente unilateral, que recientemente ha tomado formas particularmente virulentas en todo el mundo: desde el ascenso de Trump hasta el golpe jurídico contra el Partido dos Trabalhadores que llevó a Jair Bolsonaro al poder en Brasil; desde la arremetida securitaria contra los gilets jaunes en Francia hasta la consolidación de formas autoritarias y excepcionales de gobierno, tanto en los feudos como en los intermundia del capitalismo global. Aunque se inspira en elementos de esta historia alternativa que han sido destacados por otros analistas, desde Naomi Klein a Wendy Brown, pasando por Quinn Slobodian o Werner Bonefeld, Le choix de la guerre civile da un toque más político a los anteriores relatos de Dardot y Laval sobre la génesis del neoliberalismo.

En este sentido, se observa un desplazamiento entre dos registros foucaultianos (parcialmente superpuestos). El primero, ampliamente elaborado en La nouvelle raison du monde, se centra en la cuestión de las racionalidades políticas y en la gubernamentalidad, con una «conducta de conducta», que evita en gran medida la cruda dominación en su producción de sujetos dóciles, autocontrolados y optimizadores. El segundo registro, conflictual, está impregnado de una preocupación pseudoclausewitziana por la política y la guerra, lo cual da fe de la intensificación del conflicto social durante la última década en Francia donde los decretos presidenciales y la matraque [porra] eclipsan cualquier tipo de poder blando, mientras la docilidad sigue dando paso periódicamente a la barricada. En relación con el movimiento contra las reformas de las pensiones del gobierno de Sarkozy, Dardot y Laval habían hablado ya del «retorno de la guerra social», identificando las tácticas de bloqueo como las únicas capaces de hacer frente a la imposición neoliberal de políticas regresivas consideradas innegociables por las oligarquías dominantes. Paradójicamente, ello ha implicado corregir las limitaciones de una perspectiva foucaultiana anclada en torno a las tecnologías neoliberales de subjetivación, que generan agentes emprendedores autocontrolados, mediante un retorno al Foucault que fue un provocador compañero del gauchisme de la década de 1970. Este es el Foucault que en la citada entrevista de 1977 con Laval y sus camaradas de Rouge argumentaba que «los aparatos del Estado son la manera, los instrumentos y las armas que la burguesía se da a sí misma en la lucha de clases, y todos sus aspectos constituyen relaciones de poder inmanentes al cuerpo social, que le permiten mantenerse unido; en otras palabras, la idea es que el cuerpo social no se mantiene unido por efecto de un contrato, ni de un consenso, sino por efecto de otra cosa, que es precisamente la guerra, la lucha... la relación de fuerzas». La guerra es aquí tanto la forma en que la sociedad se mantiene unida como la forma en que se deshace.

Le choix de la guerre civile toma como punto de partida los recientes movimientos sociales contra las desposesiones del capital, especialmente la revuelta de 2019 en Chile contra el gobierno de Sebastián Piñera y la cristalización de los legados pinochetistas, por un lado, y el fenómeno de los gilets jaunes en Francia, por otro, rastreando el origen de los intensos niveles de violencia social, militar y policial que han irrumpido en la escena actual como respuesta a las estrategias neoliberales que los sembraron. Sin embargo, en opinión de Dardot, Laval y sus coautores, este tipo de guerra civil se libra en la mayoría de los casos mediante una «compulsión silenciosa» en la que las políticas neoliberales se promueven como anticuerpos contra el antagonismo y el desorden. Nuestros autores consideran que el patrón de polarización puesto en marcha por el auge de la nueva derecha es otro subproducto de la era neoliberal: una artimaña mediante la cual el neoliberalismo satura el espacio ideológico con opciones que, independientemente de su incompatibilidad anunciada, dejan intacta la reproducción del capital. Simulacros de guerra civil, en otras palabras.

En el capítulo introductorio, Dardot, Laval y sus coautores señalan que las guerras civiles llevadas a cabo para apuntalar los poderes y privilegios de una oligarquía capitalista comparten una serie de rasgos: son sociales, dirigidas a recortar los derechos socioeconómicos adquiridos de las clases trabajadoras; generalmente operan a través de la exclusión étnica o racial de las prerrogativas de la ciudadanía; criminalizan la resistencia; y encuentran su expresión en vocabularios culturales y morales. Pero estas guerras civiles capitalistas, polivalentes y a veces de baja intensidad, tampoco se cohesionan en una única estrategia de cobertura. Funcionan a través de la pluralidad, el oportunismo e incluso la contradicción: el importante papel del neoliberalismo «progresista» como simulacro de una alternativa a su virulenta versión de derecha, por ejemplo.

El prisma del conflicto social violento es un eficaz contrapunto a la noción de que el autoritarismo está reñido con cierta racionalidad neoliberal básica. En consecuencia, el neoliberalismo debe entenderse como «un proyecto político para la neutralización del socialismo en todas sus formas» y, más allá de esto, de todas las demandas de igualdad. Comprender este proyecto político y su dependencia de la violencia –tanto física como simbólica– se presenta como un correctivo necesario a aquellas genealogías del neoliberalismo que, al centrarse únicamente en el plano jurídico y constitucional, o incluso en el de la psicología y la vida cotidiana, olvidan los instrumentos coercitivos necesarios para hacer del mundo un lugar seguro para el capitalismo.

Chile se entiende aquí como «la primera contrarrevolución neoliberal». Dardot, Laval y sus coautores ofrecen una revisión bien documentada de esta «escena primordial», prestando más atención a la especificidad política de la situación y menos a la narrativa ex machina de los chicago boys. El apoyo de Hayek y Thatcher al régimen queda debidamente registrado, pero la composición ideológica de la junta y sus intelectuales ocupa un lugar central, revelando la amalgama específica de ultraconservadurismo y neoliberalismo en que cristalizó el régimen. Esto se complementa con un análisis detallado de la Constitución de 1980, concebida como un instrumento de bloqueo de cualquier posibilidad de legislación social igualitaria. También se coloca en primer plano el papel del intelectual pinochetista Jaime Guzmán, para disipar la caricaturesca noción de Chile como mero laboratorio de una estrategia diseñada más al norte. La creación de «enclaves autoritarios» duraderos como el Banco Central proporcionaría una continuidad antidemocrática incluso después de una transición «democrática». Dardot, Laval y sus coautores extraen tres lecciones de la trayectoria de Chile: en primer lugar, «la construcción social neoliberal reestructura las relaciones entre el Estado y la sociedad, con el objetivo no de debilitar al Estado, sino de fortalecer las instituciones estatales que crean y robustecen el poder disciplinario de los mercados»; en segundo lugar, esta construcción no debe entenderse simplemente como una cuestión de política económica, sino como una transformación de raíz de las relaciones sociales; en tercer lugar, la «despolitización» de la economía y la constitucionalización del derecho privado van de la mano.

Esta investigación se complementa con una sorprendente crónica del congreso regional latinoamericano de la Mont Pèlerin Society, celebrado en Viña del Mar en 1981, en el que los ordoliberales alemanes celebraron la capacidad del Estado chileno para poner en práctica su propia teoría de los límites institucionales necesarios para encorsetar la soberanía popular y de esta forma rubricaron el neoliberalismo como una auténtica demofobia. La crítica a la democracia popular y soberana define al neoliberalismo desde sus orígenes en la década de 1930, especialmente en los escritos de Louis Rougier y de Friedrich Hayek. Esto se funde con un temor más genérico a las masas, que germinó con Gustave Le Bon y cristalizó en la década de 1930 con José Ortega y Gasset, y que encuentra sus ecos neoliberales en personajes como Walter Eucken. Como detallan Dardot, Laval y sus coautores, para Wilhelm Röpke y Louis Rougier, limitar el poder político de las masas era una preocupación clave, que llevó al primero incluso a pedir un «levantamiento de las elites».

Basándose en el trabajo previo de Bonefeld, Slobodian, Wolfgang Streeck y otros investigadores, Dardot, Laval y sus coautores presentan el conocido argumento de que el neoliberalismo promueve la causa del Estado fuerte tras la hoja de parra de las demandas de un gobierno magro. La apuesta es clara: «El objetivo general de un Estado fuerte obedece, ante todo, a la necesidad de impedir que la política afecte al libre funcionamiento del mercado». Por consiguiente, «el neoliberalismo es intrínsecamente autoritario, ya que ataca cualquier voluntad democrática de regular la economía de mercado; solo muestra variaciones en las formas de uso de la fuerza por parte del Estado». Los autores demuestran eficazmente la convergencia entre los argumentos de Schmitt de 1932 a favor de un mercado libre y un Estado fuerte (recientemente diseccionados por Grégoire Chamayou) con las propuestas políticas originales de los ordoliberales alemanes, cuyo pensamiento no era solo una respuesta al trauma del fascismo, sino que se había formado realmente en el contexto de la crisis de Weimar.

El Estado fuerte se define por su capacidad de dictar condiciones favorables al mercado, liberado de exigencias democráticas distorsionadoras. Para Dardot, Laval y sus coautores ello significa, ante todo, la limitación de la soberanía popular. Le choix de la guerre civile explora en profundidad los debates de la década de 1930 en torno al «liberalismo autoritario», así como las convergencias y desavenencias entre miembros del NSDAP como Alfred Müller-Armack y otros ordoliberales. Los autores también exploran la predilección del neoliberalismo por la dictadura a través de la obra de von Mises, a quien Marcuse ya había señalado en la década de 1930 por su apología del fascismo como salvador de la civilización occidental. Desde este punto de vista, la violencia que ejerce el Estado para defender el mercado contra la política popular es fundamentalmente legítima.

Como demuestra el caso chileno, existe una sombría complementariedad entre la violencia represiva manifiesta y el constitucionalismo de mercado, que arroja luz sobre la contribución formativa de Hayek, sobre todo en los programas y polémicas antipolíticas que culminaron en The Constitution of Liberty. Dardot, Laval y sus coautores exploran el pensamiento de Hayek sobre la división de poderes, su defensa sui generis del Estado fuerte y sus esfuerzos conexos por someter la soberanía popular a la inexpugnable constitucionalización del derecho privado. Los autores rastrean esta misma estrategia en el proceso constitucional europeo a través del Tratado de Roma y las bases teóricas sentadas por Eucken y Franz Böhm (que habían comenzado sus trabajos bajo el Tercer Reich). A partir de aquí, nuestros autores pasan a James Buchanan y al ala estadounidense de estos debates, igualmente preocupados por encorsetar la voluntad mayoritaria en aras de la autonomía de los mercados y la inalienabilidad del derecho privado.

Lejos de constituir una racionalidad tecnocrática incruenta, el neoliberalismo aparece ahora como una forma fundamentalmente política, siempre orientada estratégicamente contra el socialismo, el sindicalismo y el Estado del bienestar. La domesticación alemana del sindicalismo en el modelo social de mercado se aborda como una especie de versión de baja intensidad de la «guerra civil». Todos estos casos demuestran hasta qué punto la lógica del mercado se complementa con estrategias jurídicas, legislativas y militares.

Dardot, Laval y sus coautores consideran que los orígenes de las diversas variedades aparentemente divergentes del neoliberalismo se remontan a los planteamientos modernizador-adaptativo (Lippmann) y conservador-compensador (Röpke). Ambas corrientes de pensamiento comparten un núcleo duro anticolectivista, comprometido con la defensa del capitalismo competitivo. Sin embargo, Le choix de la guerre civile también intenta dar cuenta de sus diferencias, explorando el evolucionismo modernizador de Lippmann como precursor de los alegatos contemporáneos –como los que hace reiteradamente Macron– sobre la necesidad de desbloquear el inmovilismo de la sociedad. Ello se contrapone al «hiperconservadurismo sociológico» de Röpke, con su idealización del pequeño empresario, del capitalista privado. Hayek, por su parte, se presenta como la sublimación de esta diferencia, con una visión a un tiempo evolucionista y conservadora de la interrelación entre mercado y sociedad. Nuestros autores esbozan un Hayek mucho más afín a los usos del conservadurismo social de lo que algunos lectores querrían reconocer y critican la presentación que hace Wendy Brown del neoconservadurismo y el neoliberalismo en términos de dicotomía. Sostienen que la filosofía general de la historia de Hayek está arraigada en un eurocentrismo manifiesto, una convicción de la superioridad de la civilización occidental. Le choix de la guerre civile señala los entrelazamientos entre neoliberalismo y racismo –más evidentes en las apologías de Röpke del apartheid sudafricano–, aunque sin integrarlos realmente como tema central.

De acuerdo con lo afirmado por Le choix de la guerre civile, los neoliberales consideraban que un orden mundial basado en los principios del «libre mercado» era un arma clave contra la solidaridad social a escala nacional y local; y los autores exploran –en diálogo con el reciente trabajo de Jessica Whyte– cómo la Mont Pèlerin Society intentó convertir la movilidad del capital en un «derecho humano». Esta estrategia extendió sus largos tentáculos jurídicos e ideológicos a la Constitución económica europea; la competencia fue enmarcada en el Mercado Común por un grupo de intelectuales y economistas organizados en torno a Böhm, injertando el hayekismo en el genoma de la futura Unión Europea. Luego pasamos al flanco izquierdo del globalismo neoliberal, en su forma socialista francesa –como Jacques Delors y Pascal Lamy– y sus variantes del New Labour al otro lado del Canal de la Mancha. Pero el discurso de Thatcher en Brujas en 1988 ocupa un lugar de honor, al situar a la nación (británica) frente al mega Estado (europeo), recurriendo a la matriz imperial de una ideología muy inglesa en la que nación y mercado convergen «de forma natural».

Los autores sostienen que existe una afinidad electiva entre las «guerras culturales» que se agitan en la esfera pública y las estrategias políticas del neoliberalismo realmente existente, ya que estos conflictos sucedáneos sirven como sustitutos de la confrontación social. Le choix de la guerre civile adelanta la noción de una tradición de libertad de la derecha enfrentada a las liberaciones tumultuosas de la izquierda, y explora la «neoliberalización de la religión» y la reinterpretación de la nación como «comunidad de emprendedores».  Dardot, Laval y sus coautores atacan el proyecto progresista de un «gobierno de los valores» y sostienen que las clases populares han abandonado al Partido Socialista, porque este –o más bien, «la izquierda»– los abandonó a ellos en primer lugar. Como sucede en muchas de las fustigaciones contemporáneas del ala progresista del neoliberalismo, hay un tratamiento bastante vago y monolítico de la «izquierda» –no exactamente un calificativo apropiado para el Parti Socialiste posterior a 1983 ni, de hecho, para el New Labour–, pero especialmente de las clases populares, cuyo vínculo «natural» con las fuerzas progresistas a veces se sobrevalora. Al final, los autores aceptan con demasiada facilidad la imagen ambiental de una derecha nacionalista proobrera frente a una izquierda metropolitana posobrera, imagen que, si bien es ideológicamente ubicua y cínicamente eficaz, es analíticamente inestable a pesar de todo lo que se diga sobre los muros rojos y las otrora pujantes áreas económicas ahora desindustrializadas.

El neoliberalismo es presentado en este trabajo ante todo como una máquina de guerra, y Dardot, Laval y sus coautores se detienen en los ataques contra el sindicalismo y el poder de negociación colectiva de los trabajadores, que tan fundamentales han sido para las estrategias neoliberales, trayendo el análisis al presente con un tratamiento convincente del juicio de France Telecom de 2019. A pesar del paradójico patrón por el que los Estados neoliberales deben seguir protegiendo a las poblaciones en el mismo proceso de hacerlas inseguras (como revelan las medidas de salud pública en respuesta a la pandemia de la Covid-19), estos mismos Estados han desarrollado todo un arsenal de tácticas de guerra interna. Los autores critican a Foucault por haber subestimado esta dimensión de la racionalidad y la estrategia neoliberales. Desde la huelga de los mineros británicos hasta las ocupaciones de zones à défendre (ZAD) en Francia, la producción de enemigos internos es una constante. La brutal represión de los gilets jaunes y de los independentistas catalanes se señala para ilustrar «la generalización de la racionalidad de la guerra social en el modo de gobierno neoliberal». Aunque se inspira en las prácticas intranacionales y coloniales de contrainsurrección y contrainsurgencia, es la de «guerra social», y no la «guerra civil», la expresión que mejor resume los fenómenos estudiados en Le choix de la guerre civile, sobre todo porque el primer término permite evitar la presuposición de identidad política que conlleva el segundo, al tiempo que permite reconocer cómo el neoliberalismo opera tan a menudo neutralizando el mismo potencial de antagonismo radical presente en el seno de una entidad política.

Tal vez la idea más importante de Le choix de la guerre civile sea la que se refiere a la centralidad que tiene para el neoliberalismo una estrategia de guerra jurídica, que culmina en «una transformación gerencial y securitaria conducente a la sustitución de las normas fundamentales del orden jurídico por una impresionante capa de leyes de seguridad», cuestión que exploran a través de la lectura crítica de la literatura sobre el lawfare y el constitucionalismo neoliberal, destacando la autonomización de las esferas jurídica y policial con respecto al ámbito democrático. A modo de conclusión, los autores vinculan la pars destruens del libro con la pars costruens de las perspectivas revolucionarias, que Dardot y Laval han planteado en obras recientes, especialmente en Commun: Essai sur la révolution au XXIe siècle. Observan que la neutralización de la noción de guerra civil en la doctrina manifiesta o explícita de los neoliberales encubre la intensificación complementaria de una lucha sin cuartel contra los enemigos del mercado.

Dardot, Laval y sus coautores son dignos de elogio por prestar la debida atención genealógica a la violencia material, jurídica y simbólica necesaria para imponer y reproducir las normas neoliberales, así como por distanciarse de una interpretación previa del neoliberalismo que ponía el acento en el funcionamiento de una servidumbre voluntaria con ropaje posmoderno –la reproducción ampliada de seres dóciles dedicados a maximizar beneficios– en detrimento de la coerción, la compulsión y la coacción. Con la proliferación de las revueltas del pan y los bloqueos, pero también –y quizá ello es lo más importante– la creciente desafiliación política y el resentimiento de las masas, la imagen del neoliberalismo como una especie de religión de la vida cotidiana, expresión tomada prestada de Marx, se ha vuelto menos persuasiva. Pero, ¿hasta qué punto la guerra civil o social librada por el capital es un fenómeno específicamente neoliberal? En su crítica del «determinismo» marxista, en su alegato a favor de la lucha y en contra del sistema, nuestros autores corren el riesgo de caer en un idealismo estratégico, sobreestimando la libertad de los actores de las elites, que son también y en gran medida «portadores» de lógicas de valorización y dinámicas de competencia que no controlan. El neoliberalismo se hace menos inteligible en razón de aquello que Negri, en su reseña de Común: Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI publicada en il manifestó, describió como «una verdadera liquidación del materialismo histórico y de la crítica marxista de la economía política del capitalismo maduro», que corre el riesgo de tergiversar la noción de beneficio, presentándolo como mero saqueo.

También cabe preguntarse si la guerra social no habrá sido, de hecho, la norma y no la excepción en el caso de las formaciones sociales capitalistas anteriores al neoliberalismo, incluso durante los llamados trente glorieuses, aquellas tres primeras décadas de posguerra que, lejos de representar una era homogénea y bendita de socialdemocracia (como muchas interpretaciones de los albores del neoliberalismo corren el riesgo de dar a entender), estuvieron desgarradas por conflictos sociales a menudo intensos: contrainsurgencia (incluso dentro de las metrópolis coloniales), luchas de clases extremadamente violentas y hasta letales, segregación y subyugación raciales, etcétera. Los autores podrían haberse detenido más en esta continuidad estratégica a través de las luchas políticas y sociales de clase, que han terminado por entremezclarse con las distintas racionalidades del neoliberalismo. Como observó Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra: «Dado que el capital, esto es, el control directo o indirecto de los medios de subsistencia y producción, es el arma con la que se libra esta guerra social, es evidente que todas las desventajas de semejante estado de cosas deben recaer sobre los pobres». A la vez que disecciona útilmente las formas específicas en las que el lawfare neoliberal innova a partir de las estrategias de clase anteriores, constitucionalizando la compulsión del mercado y neutralizando la soberanía popular, Le choix de la guerre civile también proporciona abundante material para aquellos que pretenden poner en tela de juicio el supuesto carácter excepcional del neoliberalismo. Se trataría de estudiar este último como una prolongación y no como una ruptura o interrupción de la longue durée de la lucha de clases librada para imponer unas relaciones sociales y jurídicas óptimamente adaptadas a la acumulación de capital y a la dominación burguesa.