La cultura sigue siendo un problema
Un 87% de los visitantes de los museos en el Reino Unido pertenecen a las clases altas. ¿Significa esto que son clasistas nuestras instituciones culturales? Más allá de lectura de clase surge otra cuestión: ¿Qué hacemos con esos "aeropuertos de la cultura" que construyó la burbuja inmobiliaria en forma de ciudades de las artes y las ciencias?
Jaron Rowan, investigador y agitador cultural, publica un libro, radiografía el sector y busca respuestas bajo una premisa: "la cultura común necesita ser libre de Estado".
MADRID.— La canción que cerró la primera gran asamblea de Podemos en el Palacio de Vistalegre fue L'Estaca, de Lluis Llach. El partido de la ilusión y el cambio político rescatando los referentes de la Transición que tanto ha criticado. Esta anécdota inspiró discusiones dentro y fuera de las redes sociales justamente en torno al tipo de cultura que debía perseguir un Gobierno que se dijera del cambio. Los ecos de estos debates ya habían resonado en las plazas tres años antes. "Recuerdo de forma nítida bajar de Jacinto Benavente a Lavapiés —escribía Jaron Rowan en su blog— y de golpe pensar, joder, el 15M me está permitiendo imaginar un devenir político diferente, pero también paradigmas estéticos y de convivencia nuevos, antagonistas, difusos, heterogéneos".
Aquel mayo madrileño en Sol se compartió indignación colectiva y se cuestionó la representatividad real de la democracia. También se habló de las formas de distribución y producción de la cultura, de las licencias libres, de los commons o del amor fuera de los esquemas heteronormativos. "Ahí empezamos a pensar en la política de una forma expandida porque resultó que el feminismo, los afectos, los cuidados y la cultura, también eran cuestiones políticas". Según Rowan, todo proceso de transformación política o social ha de venir acompañado por estéticas y formas de sentir, bailar y pensar enraizadas en lo cultural. "El 15M inauguró el paradigma de la política de lo inaudito y nos permitió imaginar estéticas arriesgadas, traviesas, glamurosas".
El problema llegó, como decía César Rendueles, en el momento en que dejaron las plazas para tomar el Palacio. Cuando "se pasó a hacer Estado" se introdujeron "urgencias sobre los debates que se podían tener y los que no, y de repente el feminismo, los cuidados, la cultura, se volvieron poco relevantes". La cultura libre impregnaba el 15M pero al cristalizarse en las instituciones se quedó fuera. O al menos, "no entró todo lo que aspirábamos". Es una de las tesis de Rowan incluidas en su último libro, Cultura libre de Estado (Traficantes de Sueños, 2016).
Cultura VS Industria
En los últimos meses se ha hablado mucho de las guerras culturales que se han vivido, entre otros, en el Ayuntamiento de Madrid: los tuits de Zapata, los Reyes Magos madrileños —"el paripé del traje de los Reyes estas navidades, en el fondo, es una pataleta por haber perdido la capacidad de decidir cómo es el imaginario compartido", asegura Rowan—, los titiriteros, el escándalo del socialista Antonio Miguel Carmona piropeándose con el líder de Ausbanc, la radio que acaba de poner en marcha Manuela Carmena, etc. La cartera de Cultura importa más de lo que se piensa y es sobre todo porque "tiene esa capacidad de producir nombres, símbolos. Ahora un grupo social ha perdido el privilegio de nombrar", comenta Rowan. Y no les está gustando.
Que la cultura sigue siendo un problema es el punto en el que coinciden Jaron Rowan y la escritora y diputada por Ciudadanos Marta Rivera de la Cruz, la misma que negó que la violencia machista fuera una cuestión de género. Y que, por cierto, es la nueva presidenta de la Comisión de Cultura del Congreso. En una de las primeras entrevistas que concedió tras su nombramiento ya apuntó maneras al ensalzar la concepción industrial de la cultura por encima de su valor educacional.
"La cultura es una industria, eso lo tenemos que recordar: crea empleo. La sociedad debe dejar de pensar sólo en la parte espiritual de la cultura. No se fomentado hasta ahora la cultura desde el punto de vista industrial y hay que hacerlo", aseguraba la escritora gallega. Y Rowan responde: "Es lamentable que alguien a estas alturas tenga la amable ocurrencia de pensar que la solución son las industrias culturales o el emprendizaje, después de todos los fracasos que hemos visto. Realmente es una ocurrencia de otra época o para otro mundo".
Esa mala imagen que tiene la cultura se ha producido de forma consciente para liberalizar el sector. El neoliberalismo, cuenta Rowan en el libro, la ha comparado con un insecto que vive de subvenciones, una fama que le ha servido al Estado para "quitarse la responsabilidad de dar acceso a la cultura y que sean las empresas quienes lo asuman".
La herencia de la Cultura de la Transición
"Si la teología tira de Dios cuando carece de solución clara para un problema, si la sociología tira de la sociedad para evitarse complicaciones, en el Estado español la crítica cultural ha tirado de la denominada Cultura de la Transición (CT) para atajar o zanjar ciertos debates", se lee en el ensayo. Esa etiqueta de la CT creada por la izquierda habla de una cultura tutelada que nació en el paso de la dictadura a la democracia en la que "los intelectuales no practicaban la problematización sino la cohesión y denunciaban solo lo que el Estado considera problemático", como decía Guillem Martínez. Rowan, en cambio, reniega de esa "visión moralista" de la cultura que culpa, desde el presente, lo que ocurrió en el pasado.
"Cuando empezó el proceso político, pensábamos que todo lo que había existido desde el 78 hasta que llegó el 15M había sido una cultura de Estado en el peor sentido de la palabra", explica; esponsorizada, mantenida, sin capacidad crítica, sin producir disidencia ni plantar cara al poder. Pero la realidad, según Rowan, es que donde antes estaban Víctor Manuel y Ana Belén ahora hay que poner a Los Chikos del Maíz o a Coldplay, y eso supone "actuar a un nivel puramente simbólico", los mismos perros pero con collares de distintos colores. Como decía el Nega, "no venceremos cuando todos escuchen a Los Chikos del Maíz, sino cuando los que escuchan a Camela y Estopa se unan a nosotros".
"Es importante que las políticas culturales que se piensan del cambio no se queden simplemente en cambiar la capa simbólica de las cosas", sigue Rowan, porque donde hay que poner el foco es en los sistemas de contratación, en hacer más transparentes y democráticas las instituciones para que representen a aquellos a los que se dirigen o en terminar con los "aeropuertos sin aviones de la cultura". Ciudades de las artes y las ciencias, auditorios, museos... Cada capital de provincia quería tener el suyo, el más grande y el más blanco, pagado con los planes FEDER y la burbuja inmobiliaria en los que solo abrir y cerrar la puerta cuesta tanto dinero que están condenados a permanecer semi vacíos y cayéndose a pedazos.
"Hay algunos símbolos que están a años luz de entender a la ciudadanía ahora mismo", ataja Rowan, y aquí habla de edificios pero también de músicas recicladas de la moda de la canción protesta de hace cuarenta años. "Si piensas que L'Estaca es el tema que ahora mismo interpela a la gente, te estás dejando muchísimas formas de hacer política porque la política no son solo las letras, son los gestos, las formas, las estructuras y los escenarios". Y política de cambio es, sobre todo, quemar por fin el traje de pana.