Notas de la conferencia de Silvia Federici impartida a finales de noviembre en Traficantes de Sueños (Madrid)
El debate sobre reproducción social y trabajo doméstico ha sido central en el movimiento feminista desde, al menos, los años 70, ya que juega un papel fundamental en la subordinación de las mujeres. Además, dentro del análisis marxista, ha sido absolutamente ninguneado, ya que se considera un remanente precapitalista. Sin embargo, el trabajo doméstico es el fundamento en el que, de forma oculta, el capitalismo se cimienta: no se trata de una actividad de servicios sino de la misma reproducción de la fuerza de trabajo que se sitúa en la base de la producción capitalista.
El debate sobre reproducción social y trabajo doméstico ha sido central en el movimiento feminista desde, al menos, los años 70, ya que juega un papel fundamental en la subordinación de las mujeres. Además, dentro del análisis marxista, ha sido absolutamente ninguneado, ya que se considera un remanente precapitalista. Sin embargo, el trabajo doméstico es el fundamento en el que, de forma oculta, el capitalismo se cimienta: no se trata de una actividad de servicios sino de la misma reproducción de la fuerza de trabajo que se sitúa en la base de la producción capitalista. Para Federici, el trabajo doméstico abarca la reproducción biológica y social pero también el trabajo sexual o los afectos, que sirven para reproducir psicológicamente la fuerza de trabajo. Esta perspectiva sobre el trabajo es clave para entender la compleja subordinación de las mujeres, por ejemplo el control que ejerce el estado sobre su cuerpo y sexualidad.
Dado que no se recibe un salario por realizar el trabajo doméstico, está totalmente invisibilizado en la sociedades capitalistas donde el trabajo se equipara a salario y a valor. Pero además, el salario es mucho más que el dinero: es una dimensión política fundamental para la organización y jerarquización de la sociedad. Esta ausencia de salario contribuye a la naturalización del trabajo doméstico como una tarea propia de las mujeres. Así, el capitalismo delega el control de las mujeres en los hombres a través del salario masculino. De esta forma el capitalismo extrae cantidades ingentes de trabajo no asalariado que se sitúa en su base oculta. Es decir, el sexismo y el racismo no son disfunciones del capitalismo, huellas de formas de producción previa, sino que son intrínsecos a él. Son las bases prácticas e ideológicas para la jerarquización, lo que permite al capitalismo extraer fuerza de trabajo no pagada y reproducirla.
La transición del feudalismo al capitalismo no fue un proceso natural e inevitable sino producto de fuerzas contrarrevoluconarias para eliminar las luchas campesinas. Implica la reestructuración del modo de producción, para lo que resultan necesarios los procesos de expropiación de tierras (enclouseres), la conquista de América y el tráfico de esclavos. Es decir, el capitalismo nace a través de la acumulación de la mano de obra y de la intensificación de la producción. Durante este proceso, ¿qué ocurre con las mujeres, con el trabajo reproductivo?
Una revisión feminista al concepto de acumulación originaria: la caza de brujas
En uno de los capítulos finales del tomo primero de El Capital, Marx habla de la acumulación originaria, proceso en el que incluye la expropiación de las tierras comunes y la extracción y comercialización de la plata americana. Pero desde la perspectiva desarrollada desde la teoría feminista en la que Federici se inscribe, en este relato falta algo. Además, la desposesión de las tierras no produce, por sí misma, el tipo específico de obrero para el capitalismos, al que hay que disciplinar para el trabajo repetitivo de las factorías.
Uno de las mayores rupturas que provoca el capitalismo es la de la producción para el uso en el interior de los hogares, que se bifurca en la producción para el mercado contrapuesta a la (re)producción de la fuerza de trabajo. En esta transformación, como se refleja en los textos legales de la época, toda una serie de actividades productivas desaparecen de la esfera visible de la fábrica y son asumidas por el ámbito doméstico como reproducción social de la fuerza de trabajo.
En los siglos XVI y XVII esta reproducción de la fuerza de trabajo (es decir, de individuos) se feminiza, invisibiliza y desaparece de la actividad económica. Por ejemplo, en Europa más y más mujeres son excluidas de la actividad económica asalariada y, además, se produce la caza de brujas. En opinión de Federici, es sorprendente que una mente política tan brillante como la de Marx no haya visto la caza de brujas como un elemento central en el desarrollo del capitalismo.
La caza de brujas no se puede entender como una superstición medieval, en primer lugar por su propia cronología ya que, aunque pudieron darse previamente algunos casos aislados, la persecución masiva de mujeres acusadas de brujería empieza en el siglo XVI, de forma simultánea a la expropiación de las tierras campesinas, el desarrollo del colonialismo y el esclavismo.
Esta conexión entre el desarrollo del capitalismo y la caza de bruja se pone de manifiesto al examinar las acusaciones típicas:
1. La mayoría de “brujas” era mujeres mayores, pobres y mendigas a las que se acusaba de usar medios mágicos para robar comida y vino o de ser las causantes de la enfermedad o muerte de animales pertenecientes a personas a las que habían mendigado y estas se habían negado a ofrecerles nada. Es decir, se tratan de crímenes contra la propiedad realizados por mujeres desposeídas. La caridad, que había sido una de las virtudes más ensalzadas durante la Edad Media, empieza en esta época a criminalizarse y considerarse un ataque a la ética del trabajo. El mero hecho de mendigar convierte a la gente en sospechosa. Vivir de la comunidad y no de tu propio esfuerzo individual se ve como parte de una ética a erradicar.
2. Otra acusación típica eran los crímenes contra la reproducción. Las acusaciones de matar niños muy posiblemente encubrían realización de abortos voluntarios y contracepción. La persecución de estos actos se plasma en la legislación y muestra el interés del estado en el aumento de la mano de obra para el mercado de trabajo, lo que pasa por controlar el cuerpo de las mujeres. En esta época surge la demografía como ciencia y se inician los registros censales de población. La obsesión por la mano de obra llega al punto de que cuantos más pobres tenía en un país, más rico se consideraba, en tanto que acumulaba fuerza de trabajo.
3. En este sentido, la sexualidad femenina cuando no es productiva, se ve como un peligro. Este control es parte del proceso de disciplinamiento de la clase trabajadora. La caza de brujas es un ataque a las mujeres, pero también a la comunidad, que se ve dividida en un momento en que sufre los ataques de la expropiación, en un proceso que presenta similitudes y paralelismos con la “guerra contra el terror” actual. Es el laboratorio en el que se forja la nueva feminidad propia del capitalismo. A la vez que se cercan los campos comunales, se cercan los cuerpos de las mujeres.
Paralelismos entre la acumulación originaria y la nuevo etapa del capitalismo actual
La globalización y reestructuración económica mundial de la época actual presenta similitudes con la de la acumulación originaria, como una reacción al ciclo de luchas que culmina en los años 60 (procesos de descolonización, feminismos, lucha de la población afroamericana, de las poblaciones nativas...) A principios de los años 70 el capitalismo entra en crisis y se empieza a hablar de “crecimiento cero”. Estas luchas habían desestructurado las bases mismas del capitalismo (“no queremos trabajo en las fábricas porque las condiciones son infrahumanas; lo que queremos es más tiempo libre”). Para intentar ganar la partida, el capitalismo tuvo que poner el mundo patas arriba.
Sobre cuál es el elemento central del cambio al capitalismo actual, existen perspectivas divergentes. Mientras que para Hardt y Negri se sitúa en el aspecto tecno-científico, con el paso a la producción inmaterial (el trabajo cognitivo), Federici rechaza esta aproximación y sitúa el cambio en, una vez más, la ampliación de la fuerza de trabajo disponible para ser expropiada por el capitalismo. Es decir, el nuevo capitalismo global se basa en su capacidad de crear un “proletariado global” a través no solo de la guerra directa, sino también del ataque a los recursos naturales en África y América Latina, el ataque a los servicios públicos (principalmente educación y sanidad) y, por supuesto, a las condiciones de trabajo asalariado.
¿Cómo afecta esto de modo específico a las mujeres? Una de las bases del capitalismo es devaluar e invisibilizar el trabajo reproductivo, para así reducir los costes de la fuerza de trabajo hasta, si es posible, llegar al coste cero. Esto sitúa de golpe a las mujeres como objetos específicos de los procesos de globalización y crisis actual. Desde las instituciones internacionales se ha promovido la idea de que en los años 80-90 las mujeres se han liberado y entrado a formar parte de la fuerza de trabajo. Esto es aplicable para muchas partes del mundo, donde la entrada masiva de mujeres al mercado de trabajo les ha proporcionado cierta independencia respecto a los hombres... pero no respecto al capital. La relación de las mujeres con el capital ha pasado de ser subsidiaria a directa.
Además, este proceso no ha sido uniforme ni unívoco. Mientras que en Europa, Estados Unidos y Japón las mujeres se incorporan al mercado de trabajo, en las zonas donde se aplican Planes de Ajuste Estructural, se expulsa masivamente a las mujeres del mismo y se les impulsa a emigrar, lo que ha dado lugar a una reestructuración global de la organización del trabajo reproductivo, que se ve nuevamente devaluado. Ahora el trabajo de cuidados en las metrópolis lo realizan en gran medida mujeres migrantes que no pueden mantener ese trabajo reproductivo en sus países de origen.
Pero además, las mujeres de los países del norte que se incorporan al mercado continúan realizando el trabajo no asalariado en el interior de los hogares. Aunque gran parte del trabajo doméstico se cubre ahora en el mercado, también se ha producido una vuelta al hogar de ciertas tareas, fruto de la reestructuración de los servicios sanitarios. Este proceso ya está plenamente consolidado en Estados Unidos y es hacia el que avanza buena parte de Europa.
En definitiva, para las mujeres la emancipación a través del trabajo no ha sido tal sino que ha acrecentado la crisis reproductiva que siempre ha existido y que, en este momento, resulta especialmente grave, sobre todo para las migrantes.
Los retrocesos legislativos sobre el aborto y el control sobre los cuerpos de las mujeres.
Desde los años 80, no se trata tanto de una cuestión de número de población sino de control social. Por un lado, se acusa a las mujeres de los países del sur de tener demasiados hijos y aumentar así la pobreza. Por otro, en los países del norte, se acusa a las mujeres que no quieren tener hijos de contribuir al envejecimiento de la población. Por ejemplo, las políticas del FMI en África y América Latina pasaban por exigir a los países receptores de crédito como condición la compra de anticonceptivos, lo que supone una forma clara y directa de acusar a las mujeres de la situación de pobreza.
Existen dos corrientes en el capitalismo respecto a los cambios respecto a las mujeres. Para algunos sectores, la “masculinización” de las mujeres, su asimilación en términos productivos a los hombres es positiva. Para muchas otras posturas, se percibe como una amenaza al propio capitalismo, que se sustenta en ese trabajo gratuito e invisibilizado de reproducción. Es decir, la tensión dentro del capitalismo actual se sitúa en ver si es posible adoptar nuevas formas de patriarcado versus que no se pueda abandonar el patriarcado tradicional.
En Estados Unidos, y cada vez más en Europa, esta tendencia se observa en las nuevas restricciones al aborto y las amenazas a las mujeres que “ponen en peligro al feto”. Por ejemplo, respecto a esta causa, existen más de 50 casos en EEUU de mujeres que han sido llevadas a juicio acusadas de consumir drogas durante el embarazo. También en varios estados se discuten actualmente propuestas de ley para prohibir lo que se consideran “comportamientos peligrosos” para el feto. La paradoja llega a tal punto que en Utha se debate sobre incluir en esos supuestos vivir con un hombre violento, ya que una paliza puede provocar un aborto.
El feminismo actual se enfrenta al reto de articularse en esta lucha, entendiendo que las reivindicaciones de las mujeres para retomar el control de sus cuerpos no pueden limitarse a la defensa del aborto libre y gratuito sino que deben señalar también las nuevas formas de control social.