No hay que culpar al gobierno del ascenso de Wall Street

Costas Lapavitsas
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Washington Post - El salmón contracorriente
13/05/2016
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     “Financiarización” es una palabra rara, pero captura uno de los aspectos más importantes del capitalismo contemporáneo: durante las ultimas décadas, el sector financiero ha crecido de forma extraordinaria hasta llegar a dominar la economía.

 

    Algunos consideran que el ascenso de las finanzas es resultado de políticas gubernamentales. No hay duda de que en EEUU, el país que mejor ejemplifica la financiarización, la desregulación llevada a cabo por el gobierno ha beneficiado a Wall Street. Sin embargo, el fenómeno de la financiarización está tan extendido a nivel global que merece una explicación más compleja. Sin duda, es más lógico pensar que las políticas de los gobiernos han favorecido a las finanzas una vez ciertas tendencias sociales y económicas ya habían convertido a la financialización en una realidad.

 

    La “financialización” se entiende mejor como un gran desplazamiento en el desarrollo del capitalismo que empieza en la década de 1970 y se ha desarrollado poco a poco en los últimos cuarenta años. Procede de profundos cambios en la tecnología y en las formas laborales. Concretamente, se ha producido una revolución en las telecomunicaciones y la informática, que no ha conseguido mantener un crecimiento sostenido de la productividad por razones que todavía no se conocen en profundidad. Al mismo tiempo, el trabajo se ha intensificado y el empleo se ha precarizado, mientras crecía enormemente la desigualdad salarial. En este contexto, la esfera de la producción en los países desarrollados anda a trompicones mientras la esfera de las finanzas está inflada. Este desequilibrio marca el capitalismo contemporáneo.

 

    Estos cambios subyacentes han llevado a tres tendencias características de la financialización, perfectamente visibles en EEUU. En primer lugar, grandes empresas no financieras, por ejemplo, grandes compañías automovilísticas o del petróleo, se han “financializado”, esto es, obtienen sustanciales beneficios de operaciones financieras y se han independizado relativamente de los bancos, ya que cuentan con amplios recursos para financiar sus inversiones. Al contrario de lo que a veces se imagina, la financiarización no conlleva que los grandes bancos dicten órdenes a los grandes negocios; lo que sí sucede es que tanto los grandes bancos como las grandes empresas están más implicados en actividades financieras, sin que esto se traduzca en relaciones de dominio entre ellos.

 

    Como consecuencia, los grandes bancos ya no centran su modelo de negocio en el préstamo de dinero y la provisión de servicios financieros a empresas no-financieras, sino sobre todo en transacciones en los mercados financieros y en los préstamos y servicios a personas y familias.

 

    Por último, las unidades domésticas también se han “financializado”, están totalmente expuestas a instituciones financieras formales (bancos, compañías de seguros, otras compañías financieras) ya que los préstamos, el ahorro, las pensiones, los seguros, etc., han crecido de una forma sin precedentes en los últimos años. En la actualidad, los ingresos personales son una fuente significativa de los beneficios bancarios.

 

    La naturaleza histórica de esta transfomación es visible en el crecimiento de los beneficios financieros en las últimas décadas. El gráfico muestra los beneficios alcanzados por instituciones financieras formales como porcentaje del PIB en EEUU entre 1955 y 2015, que comprende sobre todo los beneficios empresariales de las industrias nacionales. Estas cifras serían en realidad todavía mayores ya que no se incluyen los bonus de los altos ejecutivos, los beneficios financieros obtenidos por empresas no-financieras y otros. Pero sin duda son reveladoras.

 

    Desde el inicio de la década de 1960 hasta los primeros años de la de 1980, los beneficios financieros supusieron una proporción estable del total. La financialización comienza en la década de 1970 y se desarrolla desde el inicio de los años ochenta hasta los años dosmil. En estas dos décadas, el beneficio financiero se dipara en relación con el total. Son años de burbujas que terminan sistemáticamente en crisis financieras marcadas por la caída de los beneficios financieros, como la “crisis de ahorros y préstamos” de finales de la década de 1980 y principios de la de 1990. La tendencia alcista se recuperó poco después.

 

    No debería sorprendernos la pronunciada inestabilidad de la financialización. Las finanzas están relativamente desconectadas de la producción, y cuando están suficientemente desarrolladas, tienden a crear montañas de préstamos y deudas, obligaciones y contra-obligaciones, que solo tienen una débil conexión con los procesos de creación de valor. Suele acabar en un crash.

 

    La crisis más profunda tuvo lugar sin duda en 2007-2009 como consecuencia de la burbuja inmobiliaria de los años 2000 que trajo una enorme expansión del endeudamiento de los hogares. La crisis produjo una catastrófica caída de los beneficios financieros. La recuperación fue rápida pero, desde 2009, la proporción de las ganacias financieras se ha reducido ligeramente. La gigantesca deuda contraída en la burbuja previa parece haber detenido la financiarización, mientras que en EEUU la economía se ha atascado en un (ahora habitual) estancamiento.

 

    El camino que tome EEUU determinará en buena medida el del resto de países. Tiene delante una oportunidad histórica para abandonar el callejón sin salida donde se encuentra a través de un proceso de “des-financialización”, es decir, de re-equilibrar la economía a favor de la esfera de la producción en relación con la esfera de las finanzas.

 

    Para que esto suceda, no basta con regular Wall Street. Una política pública integral tendría que hacer frente a las tendencias características de la financiarización: fomentar que las empresas no-financieras incrementen su inversión en actividades productivas y abandonen las financieras, redirigir la actividad de los bancos hacia el sector productivo de la economía y reducir la dependencia de los hogares de instrumentos financieros complejos e intangibles. Ninguna de estas acciones es sencilla y todas ellas supondrían profundos cambios en las formas de vida, trabajo y estudio de la población. Pero sin duda merece la pena.