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La complejidad social actual conlleva que los centros educativos vivan la cotidianidad como algo difícil de abordar desde un modelo pedagógico tradicional. Este, en muchos casos, desmotiva al alumno y desgasta al profesorado de calidad. Corremos el riesgo de haber normalizado el aburrimiento y la desafección de los alumnos. La educación del hombre no puede realizarse adecuadamente sin una nueva reconfiguración de la escuela. Esta debe educar en la vida, no para la vida, ir por delante o al menos paralela al ritmo de las sociedades. Ni educador ni educando deberían sentir jamás que arrojan su tiempo a la nada. Lo que demos a los niños, los niños darán a la sociedad de adultos.