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Esto ocurre a tres bandas entre Madrid, París y México, durante cinco semanas, a mediados de los años sesenta. Si miramos un poco más de cerca, vamos a asistir a la segunda colaboración entre Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière, en un momento en el que la mitad del mundo del cine daba por acabado al genio aragonés y la otra mitad lo daba por muerto. Ambos están enfrascados en la escritura del guion de Belle de jour, intentan adaptar la novela homónima del escritor de entreguerras Joseph Kessel, un proyecto maldito que ya ha pasado por las manos de varios directores, guionistas y productores. Buñuel sufre una profunda crisis creativa y vital, y Carrière ve como peligra su incipiente carrera cinematográfica a la vez que su matrimonio se desmorona. A veces, para salir de un embrollo, hay que asociarse con los personajes más inesperados.