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Antes de que existieran las cárceles, ya había un lugar para encerrar a las mujeres. Primero fueron los prostíbulos-presidio; después, las casas de las arrepentidas; y, finalmente, las cárceles modernas, instauradas en el siglo xvii. Esta genealogía del encierro no fue accidental: diseñó un modelo de control que, desde la Baja Edad Media, se consolidó como parte integral del Estado moderno.
Este libro explora cómo estas instituciones moldearon las relaciones de poder que hoy naturalizamos. El encierro de las mujeres no solo fue un castigo físico, sino un laboratorio en el que se definieron las fronteras entre lo público y lo privado, delimitadas no por géneros, sino por la oposición entre lo honesto y lo deshonesto. La idea del matrimonio, la monogamia y las normas que regulan la sexualidad femenina emergen como consecuencias directas de estos sistemas de reclusión.