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El libro pretende ser "un ojo" para aquello que no se ve, que no sale normalmente a la superficie. No obstante ello, tuvimos que reconocer una gran aporía en esa pretensión: un "ojo preventivo" nunca puede prescindir de la comunidad, de las organizaciones sociales y del mundo de las personas afectadas. Y ello es particularmente difícil en este tiempo cuando, paradógicamente, el imperativo es "quedarse en casa". Es verdad que es correcto que necesitemos permanecer en los hogares (quienes los tenemos) para que las oportunidades de expansión de la infección por el coronavirus disminuyan. Pero también es verdad que tenemos que mantener nuestros ojos y sentidos abiertos y alertas para evitar que el retorno a la normalidad no sea un retorno "domesticado" y basado en un nuevo individualismo que haga perder el sentido de comunidad. Ello es particularmente decisivo en el terreno de los derechos humanos, del sistema penal y de las formas de control social que se están ensayando ahora mismo y pueden inundar los territorios "ordinarios" cuando pase la situación "extraordinaria". La experiencia de privación de libertad vivida abre multitud de interrogantes.