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Este libro que hoy edita Baile del Sol es el más emblemático de los libros de un poeta legendario, si tal término es aplicable a un poeta. Su vida azarosa, su obra vital y profunda, su muerte temprana y confusa son los ingredientes que confluyen para llevarlo al territorio del mito. Aquí están algunos de los textos más conocidos y celebrados de un «poeta de culto». Dijo en una ocasión Paul Valery de Stéphane Mallarmé: «Hay, en cada ciudad de Francia, un joven secreto que se dejaría matar por usted»; Roque Dalton es uno de esos poetas que tiene, quizá en cada rincón del idioma, uno de esos lectores apasionados, un coleccionista de sus versos y sus avatares increíbles y quevedescos. He encontrado «daltónicos» en Argentina y en Holanda, por supuesto en Cuba, en Portugal, en muchos lugares de España... Para todos ellos Dalton es un poeta mítico, pero a la vez de una mitología palpable, cercana y carnal. Como ya apuntábamos en Taberna y otros lugares se congregan los poemas acaso más emblemáticos del autor salvadoreño: Americalatina, El descanso del guerrero, La segura mano de Dios, O.E.A., Buscándome líos, Sobre dolores de cabeza, Revisionismo o el largo «poema collage», como el mismo Roque lo definiera, que da título al libro, entre otros. ?La taberna? es la más célebre cervecería de Praga, U-Fleku, en los convulsos y esperanzados tiempos que precedieron al fin, manu militari, de la Primavera de Praga y del Socialismo «de rostro humano» que preconizara Alexander Dubcek. Los «otros lugares» son, esencialmente, El Salvador y la Cuba de sus amores y sus desengaños, la misma cuyo gobierno aprobaría, para espanto y vergüenza de gran parte de la intelectualidad de izquierdas de la época (que en gran medida rompe a partir de ahí con el castrismo) la oprobiosa invasión del país de la Taberna. En 1969, un jurado compuesto por Antonio Cisneros, René Depestre, José Agustín Goytisolo, Efraín Huerta y Roberto Fernández Retamar otorga, por unanimidad, el premio de Poesía Casa de las Américas al libro que llevaba el número 87 y que llevaba el seudónimo de «Farabundo». Pedro Flores