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La cárcel es una institución de la cual todas y todos hemos oído hablar, pero en cuyo interior muy pocos sabemos qué sucede. El cine, la televisión o la prensa nos la presentan llena de conflictos, peleas..., una escuela de delincuencia, plagada de indeseables que no han de poder salir. Pero, por poco que nos asomemos por encima de sus muros, vemos que dentro no hay más que personas. Personas que, sin duda, han cometido delitos. Algunas por necesidad, otras por voluntad y la mayoría, por circunstancias de la vida que no siempre han elegido. Y, rodeados de este hormigón vertical, si miramos bien, aparte de personas internas encontramos profesionales que trabajan allí, que acompañan, que se esfuerzan por posibilitar cambios que favorezcan un retorno a la comunidad en condiciones. La cárcel es y ha de ser una escuela, pero no de delincuencia, sino de ciudadanía, de nuevas oportunidades. Porque todas y todos, incluso quienes han cometido un delito, forman parte de la comunidad. Y esta es la función de las prisiones: motivar y promover cambios que nos ayuden a no caer de nuevo en la comisión de nuevos hechos delictivos. Esto es lo que veréis si miráis por encima de los muros de nuestras cárceles.
Estamos ante un libro escrito desde el corazón, pero también desde la realidad. Sus dos autores, educadores sociales de profesión, han dado voz a internos y profesionales. Una voz extraída de experiencias reales y que contribuyen a ilustrar las emociones, que, a su vez, nos permiten comprender y vivir la complejidad de la ejecución penal en privación de libertad. Son páginas que dialogan entre la práctica y el sentido académico de la praxis educativa.