Sara R. Farris es profesora de Ciencias políticas y Sociología en la Goldsmiths University of London. Su campo de investigación se centra en las construcciones teóricas del racismo y el nacionalismo. En su último libro In the name of women’s rigths: The rise of femonationalism –que Traficantes de Sueños publicará próximamente en castellano– explora la manera en la que intersectan raza y género en los discursos de los partidos de extrema derecha. En este trabajo también explica como ciertos sectores feministas en Italia, Francia y Holanda pueden estar contribuyendo a esta estrategia.
En primer lugar, ¿a qué llama femonacionalismo?
Femonacionalismo es una noción que pretende describir el proceso por el cual partidos de extrema derecha instrumentalizan la defensa de los derechos de las mujeres en especial en contra de los derechos de los hombres musulmanes, pero también de los hombres de origen no occidental, y su convergencia con ciertas feministas –que denomino femócratas– que también defienden los derechos de las mujeres frente al islam. Se trata de un fenómeno que analizo a partir de tres contextos: el francés, el holandés y el italiano. A pesar de las muchas diferencias que existen entre ellos, en los tres se da esta convergencia entre el uso antimigración que hacen los partidos de derecha de la defensa de los derechos de las mujeres y también el que hacen ciertas feministas.
En su libro también habla de racialización del sexismo y de sexualización del racismo.
Estos conceptos son muy importantes para entender algunas de las dinámicas del femonacionalismo en términos culturales e, incluso, psicoanalíticos. Se trata de conceptos desarrollados por investigadoras afroamericanas en EEUU pero también en Francia, en el contexto de racialización de las personas árabes y migrantes procedentes de las ex colonias.
El sexismo se racializa cuando se construye como un problema que solo afecta a las comunidades migrantes racializadas.
La sexualización del racismo describe, por su parte, las formas en que el racismo queda completamente atravesado por el género y opera de manera totalmente distinta según el sexo/género de las personas racializadas. Esto es algo que los análisis del racismo olvidan con frecuencia. Mi libro se centra en ello porque he observado que el proceso de racialización representa a los hombres de origen extranjero no occidental, a los migrantes en general pero muy especialmente a los migrantes de origen árabe y de cultura musulmana, a los migrantes negros y marrones, como amenazas en sentido sexual, cultural y económico. Para las mujeres la situación es muy diferente pues su construcción racializada las estereotipa como víctimas, como personas sin capacidad de agencia cuyas decisiones son tomadas en su nombre por determinados hombres. Las mujeres no entrañarían un peligro económico pero sí cultural en tanto potenciales reproductoras biológicas de “su” cultura. De ahí la urgencia, presión e interés de las sociedades occidentales por asimilarlas lo más rápidamente posible a “la cultura” del país de acogida, pues ellas son las madres de las futuras generaciones.
¿Qué papel estarían jugando el velo y la extensión de la corriente prohibicionista en cada vez más países de Europa occidental, sobre todo a partir de 2004, cuando Francia lo vetó en los establecimientos de enseñanza pública?
El velo está funcionando como un síntoma de lo que estamos viviendo. Se está convirtiendo en el símbolo por antonomasia de la opresión de las mujeres, en la prueba de que el islam es una cultura especialmente patriarcal. Se trata de un símbolo funcional a la dicotomía desplegada por la sexualización del racismo según la cual, como ya vimos antes, las mujeres musulmanas son construidas como víctimas y los hombres musulmanes como opresores. Las guerras del velo están transformando los cuerpos de las mujeres en campos de batalla de estas cuestiones.
¿Cuando habla de convergencia en la instrumentalización de los derechos de las mujeres por parte de la extrema derecha y de algunas feministas o grupos autodenominados como feministas a qué se refiere?
La extrema derecha instrumentaliza claramente los derechos de las mujeres porque a ellos nuestros derechos no les han importado nunca y en las versiones más nacionalistas de la ultraderecha las mujeres solo hemos sido los cuerpos necesarios para la reproducción de la raza. En este sentido, la extrema derecha es antifeminista por definición. Si en los últimos años y en ciertos países en particular, la extrema derecha se está erigiendo en defensora de la igualdad de género es con el único propósito de estigmatizar y demonizar a las personas migrantes y, en especial, a las personas de cultura musulmana. Y lo hacen aludiendo a la supuesta opresión de las mujeres musulmanas y a la pretendida amenaza de los hombres migrantes tachados de violadores. La misión de la extrema derecha sería, en consecuencia, proteger a las mujeres.
Es aquí donde se produce la convergencia con algunas feministas y grupos feministas cuyo uso de esta cuestión es muy distinta, pues a muchas de estas feministas sí les importa, y mucho, la situación de las mujeres. Ahora bien, desde el punto de vista de estas mujeres –y es en esto en lo que coinciden con la extrema derecha– el islam sería una cultura especialmente patriarcal. De ahí su apoyo a la prohibición del uso del velo como símbolo de la opresión islámica. Estas mujeres que se definen como feministas y se adscriben a muy diferentes fuerzas y/o sensibilidades políticas comparten, a mi juicio, una cierta idea de la cultura occidental como cultura superior. Desde su perspectiva, los mayores avances en igualdad de género se habrían producido en el mundo occidental, lo cual las legitimaría a enseñar a “otras” el verdadero camino de la emancipación.
Estas posiciones feministas están atravesadas por muchas contradicciones: por un lado, el papel paternalista/maternalista de mostrar “el” camino de la emancipación nos remite a la misión salvadora y civilizadora característica del pensamiento colonial. Además, y es aquí donde me parece importante hacer hincapié, el camino emancipatorio que ofrecen a las mujeres supuestamente más oprimidas arrincona a estas en uno de los nichos laborales con mayor índice de explotación y falta de reconocimiento: el de la reproducción social. De forma que estas feministas que suelen expresar su preocupación por el velo así como por otras muchas cuestiones habitualmente abordadas desde los feminismos, nunca se refieren, sin embargo, a la explotación de las mujeres migrantes en los trabajos domésticos y de cuidados. Esos trabajos de cuidados de los que ellas mismas rehuyeron, igualmente en nombre de la emancipación. Esos trabajos reproductivos cuya valoración, socialización y reparto entre los sexos aún siguen siendo una asignatura pendiente para el movimiento feminista.
Es curioso cómo las fuerzas políticas de extrema derecha son capaces de utilizar la defensa de los derechos de las mujeres con el objetivo de la estigmatización racista a la vez que atacan esos mismos derechos tratando de limitar, por ejemplo, los derechos sexuales y reproductivos, o recuperan la idea de la maternidad como la función social principal de las mujeres.
La extrema derecha se refiere a los derechos de las mujeres de una forma muy vaga y superficial. Les resulta muy fácil navegar estas contradicciones porque para la consecución de su objetivo, esto es, criminalizar a migrantes y musulmanes, les basta con decir que estos oprimen a la mujeres, que son violadores, etc. No necesitan profundizar mucho más. Su finalidad es suscitar cierto miedo al otro extranjero, al otro racializado y musulmán en particular, y este es un miedo que ya está presente en el inconsciente colectivo de las sociedades occidentales.
Si piensas, por ejemplo, en el caso del fascismo italiano, en el periodo de entreguerras se usaban carteles en los que hombres negros de las colonias trataban de violar a mujeres blancas y los fascistas se representaban a sí mismos como sus salvadores. La representación del hombre extranjero como amenaza sexual y económica es muy vieja, y lo que las derechas están haciendo es recuperar todas esas fantasías coloniales para alimentar el racismo. Por otro lado, si pensamos, por ejemplo, en la Liga Norte, Salvini alude a los musulmanes como amenaza para la seguridad de las mujeres, pero no suele meterse en cuestiones como el aborto. Y esto es así porque tanto en Italia como en Francia el movimiento feminista goza de bastante buena salud y los partidos de extrema derecha saben que es mejor no perder el tiempo en batallas que pueden perder. Además, el aborto es de facto tan complicado en Italia (con la ley de objeción de conciencia, por ejemplo) que realmente no les hace falta tocarlo. Los partidos de ultraderecha, los nacionalismos y los racismos están plagados de contradicciones, pero se manejan perfectamente con ellas porque solo necesitan avivar ciertos miedos ya existentes en la sociedad. Esto es algo que saben hacer muy bien sobre todo cuando la izquierda es débil y se muestra incapaz de confrontar dichas contradicciones.
¿Y por qué cree que la extrema derecha se está fortaleciendo?
Las razones son obviamente muy complejas y diferentes en cada país pero cabría decir que el auge de las nuevas derechas solo puede analizarse en el contexto de las crisis capitalistas de las últimas décadas y de la crisis financiera global de 2008. Las nuevas derechas ya estaban creciendo pero la crisis del 2008 ha supuesto, desde mi punto de vista, un espaldarazo fuerte porque el neoliberalismo está reestructurando las sociedades europeas de forma radical por medio de sus políticas de austeridad, del derrumbe de las instituciones del Estado de bienestar y del empobrecimiento de las clases trabajadoras a quienes está arrebatando cualquier esperanza de futuro. Esto ha dado fuelle a la extensión del discurso de la ultraderecha pues mientras esta se presenta como una fuerza antiestablishment, las fuerzas de izquierda y socialdemócratas –muchas de ellas en los gobiernos durante estos años de gestión de la crisis– son vistas como las arquitectas de este neoliberalismo austericida. Por otro lado, el racismo es una suerte de corriente subterránea que siempre está ahí, procedente del sentimiento de superioridad cultural europeo asociado al imperialismo y a la subjetividad colonial, y que emerge cada tanto a la superficie. Una de las grandes asignaturas pendientes de los partidos de izquierda y de la socialdemocracia es, precisamente, el antirracismo. Estos partidos han facilitado en buena medida la extensión de los discursos racistas de extrema derecha mediante políticas públicas que han criminalizado la libertad de movimiento y generado un estatus de no ciudadanía, ilegalidad o irregularidad de las personas migrantes. La izquierda no ha creado un paradigma de interpretación de la migración antirracista.
Desde mi punto de vista, no conviene infravalorar a la extrema derecha porque saben lo que hacen, se están organizando muy eficazmente y, además, a escala transnacional. Pero lo que realmente les ha favorecido es haber encontrado un terreno abonado por la debilidad, la estupidez y las contradicciones de la izquierda.
¿Cree que los fundamentalismos religiosos cristianos y católicos han desempeñado algún papel en el fortalecimiento de la extrema derecha y de la islamofobia? ¿Y el laicismo de Estado en el caso francés?
En Europa es la extrema derecha la que representa al cristianismo y, sobre todo, al catolicismo más conservador y fundamentalista. En lo que respecta a Francia, el laicismo está efectivamente funcionando como una religión fundamentalista de Estado, de suerte que los ataques al islam se hacen siempre en nombre de la laicidad. A la vez, se trata de algo bastante hipócrita porque Francia es, en realidad, un país muy cristiano. Por ejemplo, si fuera un país realmente secular sus festividades no seguirían directamente vinculadas a la tradición cristiana. Pero esta nueva religión en que se ha convertido el laicismo en Francia está llena de contradicciones.
Actualmente reside en Gran Bretaña, pero este es un país del que no habla en su libro. ¿Cuál es la situación allí respecto a la racialización del sexismo y la sexualización del racismo? ¿Y cómo se refleja, por ejemplo, en el tema del velo?
Gran Bretaña se diferencia en muchos aspectos de la Europa continental porque se trata de un país de tradición liberal. Aquí impera una idea de multiculturalidad, según la cual cada quien es libre de hacer lo que le parezca en asuntos que se consideran privados y personales, como la religión y su expresión en forma de determinadas ropas o símbolos. No obstante, en los últimos años se están produciendo determinados ataques a la población musulmana. Cameron, por ejemplo, arremetió en sus años de gobierno contra las mujeres musulmanas cuyo desconocimiento de la lengua inglesa estaría dificultando su integración social. Boris Johnson describió a las mujeres musulmanas que llevan burka como buzones de correos. La prensa lo tachó de islamófobo pero él no se ha disculpado nunca. Esto sin duda revela una creciente legitimación de la islamofobia, también en Gran Bretaña.
¿Cuál debería ser el papel de los feminismos, del movimiento feminista para frenar el auge de la extrema de derecha y el crecimiento de la islamofobia?
Creo que el antirracismo debe ser una prioridad del movimiento feminista. Y antirracismo significa varias cosas: por un lado, dejar que las mujeres musulmanas practiquen libremente su religión. El ateísmo ha sido y sigue siendo una herramienta que las feministas han usado frente al patriarcado de las religiones, de todas las religiones. Pero la islamofobia es la forma en la que se declina principalmente el racismo en la actualidad. Por eso es importante poner en el centro la libertad religiosa y su expresión. Por otro lado, el apoyo a las trabajadoras domésticas, en especial de las trabajadoras migrantes. Y en general, apoyar la lucha por la emancipación desde la autonomía. Abandonar el paternalismo o maternalismo que muchas veces ha caracterizado y caracteriza partes del feminismo europeo occidental. Abandonar la idea de un feminismo occidental que sabría lo que es mejor para todas las mujeres, entender que las mujeres tienen diferentes luchas según las diferentes culturas a las que pertenecen y es importante apoyarlas en sus luchas en vez de tratar de enseñarles la forma correcta de cómo luchar.