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Durante la Guerra Fría pareció la revolución encantar al mundo entero con su esperanza de emancipación. El progresivo levantamiento del telón soviético (Hungría 1956, Praga 1968, Berlín 1989) supuso el despertar del sueño dogmático de la revolución y, con él, acaso el fin de la comprensión de la propia revolución como mascarón de proa de la historia. Tres fueron los acontecimientos que pueden indicar el inicio del fin del ciclo que nos ocupa. La revolución de Mayo del 68, fue una rebelión extraña e inversa, realizada desde la abundancia y no desde la miseria, desde el individuo y no desde el grupo, desde las minorías y no desde la mayoría. Marcaba así el fin a aquellas vías de racionalización que habían resultado propias de Occidente. Estamos ante una revolución ya no moderna, sino posmoderna. En segundo lugar, la Revolución Islámica de Irán de 1979; en donde ésta, por primera vez, ni hablaba el lenguaje de la tradición revolucionaria iniciada en 1789, ni marcaba el avance que se le presupone a la concepción clásica de cualquier sublevación popular. Si no, al contrario, estamos ante una involución de varios siglos y el inicio de la nueva lógica de los fundamentalismos. Y, por último, la caída del muro en 1989 que, salvo posiciones extravagantes, disipaba cualquier duda sobre los resultados del «socialismo realmente existente» y, con ello, y quizás también con la sublevación estudiantil en la plaza de Tiananmen en China en 1989, disipaba también el sueño de la revolución social que había recorrido el siglo XX. Este libro titulado «El sueño de la Revolución social: contracultura, canción-protesta y Kalashnikov» propone un análisis más contemporáneo y profundo de la revolución social como realidad histórica universal.