La prensa construye periódicamente un anarquismo imaginario, con numerosos grupos de revolucionarios profesionales que se dedican a viajar por el mundo sembrando disturbios. Y aún hay muchos compañeros anarquistas que compran el relato. Ojalá fuera cierto. Pero la realidad es mucho más mundana: cuando los Estados exageran deliberadamente el potencial subversivo de los anarquistas no sólo buscan construir un chivo expiatorio, sino también desatar una represión ejemplificante y desproporcionada que de otra forma no podrían justificar. El anarquismo es un objetivo fácil y recurrente porque, como hemos visto, se ha elaborado a su alrededor una verdadera e infundada «leyenda negra» hilvanada con mil prejuicios y lugares comunes. Esa leyenda es la que ha posibilitado que una tortura en comisaría, una muerte en prisión, una condena de 40 años, sean menos alarmantes si quienes las sufren llevan encima el «signo de Caín» de la anarquía.