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Esta obra constituye un ensayo acerca del papel de la literatura en la sociedad actual.
Algo después de la publicación de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll admitió que había creado el personaje del Conejo Blanco para ofrecer un «contraste» con «la juventud, la audacia, la energía y la suave resolución» con la que Alicia persigue sus objetivos. Que nos hayamos convertido en el Conejo Blanco supone que, con su prisa, también hemos hecho nuestros el envejecimiento, la falta de audacia, el desinterés y la inconstancia que lo caracterizan en oposición a la protagonista del libro, pero también significa que, en la imitación de Alicia, en particular, y en la literatura, en general, hay una probable solución al problema de la exigencia de «más, antes, para más personas, más rápido».
En oposición a la demanda de que nuestras prácticas y nuestros intercambios sean más y más veloces, la literatura constituye una práctica lo suficientemente lenta como para constituir un refugio -de hecho, una forma de resistencia- ante el imperativo de ir más y más rápidamente. De todo libro -aunque quizás no de uno como este- se deriva una coherencia que puede servir como modelo para la rehabilitación de un retrato congruente de nosotros mismos y de nuestros vínculos con los demás.