En el curso de Nociones Comunes de "Filosofía feminista de combate", Carmen Romero en su sesión sobre Judith Butler [puedes oirla aquí], compartió el siguiente vídeo:
"Hace unos ocho años, un chaval que vivía en Maine andaba por la calle de la ciudad donde había vivido siempre y andaba con lo que podemos llamar un movimiento de caderas adelante y atrás, de forma femenina; pues bien, cuando este chaval creció, tenía 14, 15, 16 años, ese balanceo en su andar se volvió más pronunciado, más pronunciadamente femenino, y empezó a ser molestado por otros chicos de la ciudad. Un día, dos o tres chicos le pararon, empezaron a pegarle y terminaron por tirarle por el puente, le mataron.
Tenemos que preguntarnos por qué alguien llega a ser asesinado por su forma de andar, por qué esa forma de andar puede llegar a molestar tanto a los otros chicos, molestarles hasta el punto de sentir que esa persona debe ser anulada, que deben eliminar el rastro de esa persona, deben detener esa forma de andar sea como sea, deben eliminar la posibilidad de que esa persona vuelva a andar así. Me parece que estamos hablando de un pánico o un miedo o una ansiedad profunda relacionada con las normas de género. Si alguien te dice: "O cumples con las normas de género o morirás, te mataré si no las cumples", tenemos que preguntarnos qué relación hay entre cumplir las normas de género y la coerción".
Sobre esta relación de género y coerción, y la muerte de Samuel, queríamos adelantar un capítulo de "Por una política a caraperro. Placeres textuales para las disidencias sexuales", un conjunto de textos de Paco Vidarte compilados por Javier Sáez y Fefa Vila que publicaremos este próximo otoño: "Armario. La vida privada del homosexual o el homosexual privado de vida", escrito en 1999 con Ricardo Llamas:
"El armario apunta hacia una realidad muy distinta: la reclusión, el encerramiento, la disimulación ante unas circunstancias externas tan hostiles que se prefiere no hacerles frente directamente y capear el temporal como mejor se pueda. Hasta cierto punto, depende de si fuera caen o no chuzos de punta, la culpa no está en quien se mete en el armario, sino en quienes lo obligan a ello, en una sociedad represiva que manifiesta sin tapujos su animadversión por los homosexuales.
"El hecho de que toda lesbiana o todo gay casi sin excepción haya pasado una temporadita viviendo en su interior obliga a considerar el armario como una verdadera institución opresora promovida, controlada e instigada por la propia sociedad: este es el fondo del armario, lo que el armario es en el fondo. No es, por tanto, una casualidad en la vida del homosexual. Más bien parece un trago amargo ineludible el tener que entrar en el armario —a menudo siendo empujados dentro sin saber bien cómo ni por qué— para luego tener que salir de él. Es el peaje que la sociedad nos obliga a pagar a todos nosotros. Un rito de iniciación del que se sale con mayor o menor éxito, pero que, en principio, está diseñado para que sea lo más difícil posible superarlo."
"Nos metieron allí para ver si nos curaban o si cambiábamos de idea y al salir hay que dejar bien clarito que las prácticas de reclusión son contraproducentes y que salimos más maricas que entramos, más cabreados, para no volver a entrar nunca y para luchar por la destrucción de una práctica tan salvaje, el armario perpetuo."
La respuesta represora y asesina solo puede indicar que en ese movimiento de cadera hay insumisión a las normas sociales de cómo debemos ser y comportarnos; el grado de violencia es proporcional al grado de perturbación que supone ese movimiento y esa insumisión para el orden establecido. Según Paco: "No hay que abrir la puerta [del armario], sino derribarla a patadas y que tengan cuidadito fuera con las astillas [...] Al fin y al cabo, son ellos los que nos han metido en el armario y el cabreo es comprensible. Es una liberación, es salir de la cárcel y para ello no hay que pedir permiso. Es un acto revolucionario"