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Esta es la historia de una familia normal en la España de los ochenta. Que no escucha a Joan Manuel Serrat ni a Luis Eduardo Aute, que tiene más revistas de corazón que libros en las baldas y que no vota a Felipe González. Que admira a Manuel Fraga y a Rocío Jurado. Que ríe a carcajadas con Lina Morgan y corea a Raphael en los conciertos. Es la historia de la menor de la familia, una niña que, acostumbrada a ver siempre los toros desde la barrera, tendrá que digerir de adulta la hecatombe de los suyos. Es entonces cuando accede a toda la información que le había sido vetada por ser la más pequeña y se da cuenta de que el mundo se divide entre los que cuidan y los que son cuidados.
Los parques de atracciones también cierran es un relato en primera persona sobre el miedo, la vejez y la enfermedad, sobre cómo entregarse es gastarse. Sobre la enorme responsabilidad que implica convertirte en tutor legal de los que fueron tus padres y la cruda experiencia de perderlos.