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A su padre lo timaron. Siempre quiso tener un pedazo del Oeste, un jardín privado, un lugar donde poder echar a volar la imaginación y descansar al final del día. Acabó fiándose de una inmobiliaria que prometía el paraíso. Tras una cena en un Holiday Inn, un agente sin escrúpulos le endilgó un terreno de una hectárea en River Ranch Acres, Florida. En el folleto aparecían parejas montadas a caballoy riendo alrededor de fogatas y carromatos, águilas calvas y puestas de sol de una belleza inigualable. La casa piloto tenía el aire rústico de los westerns que tanto le gustaban: vigas a la vista, animales disecados, espuelas, hierros de marcar, bridas e insignias de sheriff incrustadas en ámbar.