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PROGRAMA DEL CURSO
María Santana, filósofa y gran conocedora del movimiento surrelista y ‘underground’.
Laura Milano, investigadora argentila especializada en pornografía y Urko, activista transfeminista
NOTA PREVIA: El curso se podrá seguir de forma online y presencial. Para realizar este curso no es necesario tener conocimientos específicos previos. Las sesiones irán acompañadas de textos de referencia.
“El porno mata”, “el porno es violencia”, “el porno deshumaniza”, “el porno es ficción”, “el porno es explotación sexual” y “el porno perjudica gravemente a tu salud” son las frases de la última campaña del Instituto Canario de Igualdad. El hilo central de esta campaña establece, sin ambages, una relación de responsabilidad entre la pornografía, los delitos de trata de personas, el aumento de la violencia sexual, la perpetuación de los comportamientos machista y la educación sexual de las personas más jóvenes. Esta argumentación y discusión no es nueva, ya, desde finales de los setenta, el movimiento antiporno, encabezado por Andrea Dworkin o Catherine MacKinnon, abogaban por la prohibición de la pornografía e insistían en la dimensión de dominio y peligro sexual con sentencias como “la pornografía es propaganda sexista” o, como dice Robin Morgana, "la pornografía es la teoría y la violación es la práctica". Según esta lógica, el porno sería un instrumento más de perpetuación “del derecho sexual de los hombres sobre las mujeres”.
En las denominadas Sex Wars o “Guerras del sexo”, se cristalizaron dos posturas opuestas. Por un lado, un feminismo antipornografía que promovía la estigmatización, censura y prohibición de la pornografía; por otro, un feminismo pro-sexo o anti-censura que veía en la pornografía un territorio potencial para la emancipación de las mujeres. Autoras como Carol Vance, Pat Califia y Gayle Rubin propusieron complejizar el discurso sobre la sexualidad, reconociendo las contradicciones y las potencialidades de la pornografía como sistema de representación sexual. Este enfoque desplazaba el foco hacia los placeres y las oportunidades que la sexualidad ofrece, en lugar de centrarse exclusivamente en sus peligros.
Poner el énfasis en el deseo, la liberación de los cuerpos y el goce se convirtió en un eje central para repensar la emancipación y deconstruir las jerarquías sexuales, especialmente aquellas vinculadas al género. Esta perspectiva reivindica una sexualidad que no solo sea segura, sino también propia, libre y diversa.
En la actualidad, resulta imprescindible repolitizar, desde una mirada situada, los debates feministas y transfeministas sobre la pornografía y la sexualidad. Nos encontramos en un contexto en el que las transformaciones del orden sexogenérico y la expansión de la imaginación erótica y afectiva se han convertido en objetivos clave de las fuerzas conservadoras que buscan reinstaurar un orden social reaccionario. Ampliar el campo del placer sexual y “ampliar el campo de lo vivible” adquiere una relevancia política fundamental, funcionando, como señaló Frederic Jameson, como una alegoría de utopías más amplias, indispensables en este momento de repliegue y reacción. Frente a una representación de la sexualidad dominada por el peligro y la amenaza, es urgente reivindicar un feminismo disidente que promueva una sexualidad como espacio de agencia, potencia y resistencia.