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Industrias mikuerpo no era un grupo, sino un entramado de participación. Un oído en lugar de una voz, con más vocación de medio que de emisor, aunque de una forma tal, que el medio no sólo fuese el mensaje, sino todas las instancias de la comunicación reunidas en una especie de reactivo químico, o de microorganismo capaz de fermentar el magma cultural para intentar darle otro sentido. Su materia prima era el ruido, la confusión de imágenes, la mezcla conceptual de la calle. No había detrás una estructura, sino un dispositivo de generación fractal de «consecuencias inesperadas», un ensayo de producción de errores en el sistema. Su programa era una búsqueda a ciegas en el plano pragmático de la expresión, revolucionando por completo los mecanismos de producción, distribución y consumo cultural, el papel del artista y del crítico, las formas de consumo y todas las relaciones productivas del arte, conmovidas cada vez más por nuevos medios de producción. Éste era el sentido que se quería dar a una efectiva realización y superación del arte, capaz de obviar el circuito institucional: la exploración de nuevas formas de gestión del capital simbólico basadas en la intervención perturbadora sobre cualquiera de las instancias de la comunicación (disolución del emisor, producción colectiva en red, desplazamiento de la carga de sentido sobre el receptor, desmaterialización o reproducción infinita de la obra, desnaturalización de los códigos, generación de «ruido significante», etc.).