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Confundir apariencia y fenómeno es cometer una falta, escribió Kant en la Crítica de la razón pura. ¿Qué vendría a hacer aquí el concepto de falta sino a confirmar que la teoría del conocimiento es inseparable de una conducta de la razón? Ser culpable de metafísica es peor que errar; constituye una falta. Y hay falta porque hay deseo: deseamos ver la cosa tal como es. Esta pulsión (Trieb), esta manera de levantarle la falda a la Realidad es una obsesión del filósofo. La crítica constituye una terapia desarrollada por el doctor Kant para embridar ?ya que no hay posibilidad de erradicar? este anhelo de voyeur.
El filósofo kantiano es un peculiar cliente de burdel: paga por la cosa, pero se abstiene de tocar.
Si la mayor parte de los filósofos se mantuvo en la soltería fue por testimoniar que el fin último de la humanidad no es reproducirse. No somos perros ni paramecios; no somos conejos. La filosofía es la constatación de que existe una manera no sexual de perpetuarse; las herencias filosóficas ignoran los genes.
Ahora toca describir los extraordinarios medios por los que se reproducen los filósofos. No penetran, se retiran, y esta retirada tiene un nombre: melancolía.
Surge así un cuerpo colectivo que desafía al tiempo. Pertenecientes a semejante linaje, los filósofos se reproducen entre ellos sin sexo, por complicados medios denominados, filiación, agregación o amistad.
Jean-Baptiste Botul