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¿Por qué la fascinación por la piratería está tan extendida como su persecución? ¿Desde cuándo cautiva y aterra por igual, sin distinción de clase, raza, género o edad? ¿De dónde le viene la potencia de actualizarse en formas de vida históricas capaces de habitar tanto en el medio marino como en el virtual? Marco Mazzeo trata la figura ético-política del pirata como el fenómeno de una «antropología de lo siniestro», y no solo por las dos tibias y la calavera que ondean en la bandera con la que se reconocen, sino también, en el sentido freudiano de lo unheimlich, por su capacidad de hacer de lo extraño (el mar o lo virtual , poco importa) algo familiar (una forma de vida) y, al revés, de lo familiar (la forma de vida capitalista, por ejemplo) algo extraño (un régimen político muerto y enterrado). Para afrontar en condiciones la finitud de la vida que lleva por bandera, la figura del pirata no se maravilla de «que el mundo sea», sino que lo «pone a prueba» continuamente. Precisamente, «peiratés» significa «el que desafía», «el que prueba».